Es curiosa la fuerza de los recuerdos. Me admira el poder de la mente para no acordarte de algunas cosas del mes pasado y que tengas grabado a fuego muchas cosas de la infancia. Y aunque esto se comprueba claramente con las personas mayores, yo misma me sorprendo a veces recordando pequeños detalles que se hacen grandes por lo que evocan. Un olor, una canción, una comida, una frase...es increíble cómo pueden transportarte a otra ciudad y a otras personas, muchos años atrás.
Me parece interesante que te vengan a la mente aquellas vacaciones, que recuerdes cada rincón de la casa de la abuela o una frase que solía decir un profesor, jugar en el parque, volver del colegio con tus vecinas, aquella excursión, el día que fuiste al parque de atracciones o al cine con tu tío, aprender a andar en bici, aquel regalo de Reyes... Que repitas de memoria los compañeros de clase, la canción de los dibujos animados, los nombres de los personajes de las serie, y que además sepas dónde lo veías, qué comías mientras tanto y con quién estabas. Algunos momentos son tan potentes que sabes que siempre permanecerán en tu memoria. Aunque esa gente ya no esté, siempre estarán en tu corazón.
Dicen que a partir de los 3 años y medio empezamos a ser conscientes de nuestros recuerdos, hay quien evoca hechos de antes y otros tienen la mente en blanco hasta los 8 años. Por eso me parece tan importante contribuir a la memoria de la siguiente generación, para que cuando ellos crezcan tengan buenos recuerdos como los tengo yo. Sobre todo si se tuvo una infancia feliz, claro, sino entiendo que no se quieran rememorar momentos tristes.
Muchas imágenes de la infancia las tenemos vivas gracias a nuestros familiares que nos repiten las anécdotas, pero luego hay otras historias que te vienen a la mente sin más. Mucha culpa tienen también las fotografías. Ver fotos es algo que a mí me encantaba hacer de niña y por eso me sigue gustando mucho hacer fotos y después ponerlas en álbumes: por todo lo que recuerdas al verlas, que parece que estés allí de nuevo. Son recuerdos grabados a fuego en tu corazón.
lunes, 29 de febrero de 2016
lunes, 22 de febrero de 2016
Respeto
Dicen que donde fueres haz lo que vieres, y esto sirve para muchas ocasiones en la vida, sobre todo para viajar. Ahí sí que ves las costumbres de otras ciudades, otras culturas, otras comidas, otras religiones. Entonces, puedes ser mero observador o participar, puedes ver la Mezquita azul de Estambul por fuera o entrar, y para ello tendrás que cubrirte con un velo. Puedes admirar la catedral de Milán o verla por dentro, y para ello, no podrás hacerlo en pantalón corto ni tirantes.
Ahora que llega Semana Santa, igual. Puedes planear tus vacaciones en la playa o descansar en casa. Puedes escaparte a esquiar o salir en una procesión. Pero si viajas a un sitio con mucha tradición de Semana Santa, deberás hacerlo con respeto. No reirse de sus trajes ni tradiciones, si es costumbre verlas en silencio, cállate, y si se cantan saetas, escúchalas. Admira los pasos, aunque no los veas con los ojos de la fe, las esculturas, el arte. Huele el incienso, oye los tambores, sorpréndete con los pies descalzos. Pero no cuestiones por qué llevan una cruz a hombros ni por qué visitan siete iglesias en Jueves Santo o no comen carne los viernes de Cuaresma.
Y sobre todo, cuando viajes a una ciudad, ve con la lección aprendida. Quiero decir, viaja sabiendo a lo que vas, a dónde vas. Quizás te encuentres con calles cortadas, o pase una procesión justo por la esquina donde ibas a acortar tu paseo, o toquen una campana a las dos de la mañana o una trompeta se pare a tocar el himno a tu lado. Asómbrate, quizás te desconcierte, pero no protestes. Te aseguro que si te metes en ese ambiente, puede llegar a sobrecogerte. Contémplalo desde el respeto y la tradición.
Ahora que llega Semana Santa, igual. Puedes planear tus vacaciones en la playa o descansar en casa. Puedes escaparte a esquiar o salir en una procesión. Pero si viajas a un sitio con mucha tradición de Semana Santa, deberás hacerlo con respeto. No reirse de sus trajes ni tradiciones, si es costumbre verlas en silencio, cállate, y si se cantan saetas, escúchalas. Admira los pasos, aunque no los veas con los ojos de la fe, las esculturas, el arte. Huele el incienso, oye los tambores, sorpréndete con los pies descalzos. Pero no cuestiones por qué llevan una cruz a hombros ni por qué visitan siete iglesias en Jueves Santo o no comen carne los viernes de Cuaresma.
Y sobre todo, cuando viajes a una ciudad, ve con la lección aprendida. Quiero decir, viaja sabiendo a lo que vas, a dónde vas. Quizás te encuentres con calles cortadas, o pase una procesión justo por la esquina donde ibas a acortar tu paseo, o toquen una campana a las dos de la mañana o una trompeta se pare a tocar el himno a tu lado. Asómbrate, quizás te desconcierte, pero no protestes. Te aseguro que si te metes en ese ambiente, puede llegar a sobrecogerte. Contémplalo desde el respeto y la tradición.
lunes, 15 de febrero de 2016
Las muñecas
Siempre fui una niña que jugó con muñecas, desde que tengo uso de razón recuerdo colocar en mi habitación a las Barriguitas, Barbies, Nancys y Nenucos y jugar a profesoras. Era bien pequeña cuando quitaba a mi tía una muñeca que le había traído su novio de París y era lo más parecido a una Barbie. Luego tuve unas cuantas, y también sus complementos, y mis vecinas pasaban a jugar con ellas. No recuerdo que ninguna de nosotras tuviéramos ninguna fijación por tener esa cintura de avispa, ni esos minipies siempre en tacones, ni esas medidas de pecho, ni ese pelo rubio, largo y liso. Pero aplaudo la decisión que ha tenido la empresa si es que esa imagen sí ha influido a otras niñas hasta causarles alguna enfermedad.
Aplaudo que la Barbie tenga ahora caderas, haya muñecas bajitas, morenas, incluso calcen zapato plano porque así soy yo -así somos todas- y la antigua Barbie debía modernizarse. Estoy de acuerdo con que esa imagen era falsa viendo la variedad de mujeres que hay, pero no he visto las mismas críticas con la nueva versión de las Barriguitas ni de la Nancy, con esos ojos grandes pintados que nada tienen que ver con la imagen inocente de mi infancia (en la foto mis dos Barriguitas). Ni con las Bratz o Monster High que tanto furor causaron entre las niñas que les apasionaban que tuvieran los labios pintados, ese pelo y esas minifaldas.
Y no hablo sólo de muñecas. Si te fijas en una estantería de juguetes infantiles, en la caja -siempre rosa- de la plancha de juguete, de la cocina y de la máquina de coser hay una foto de una niña jugando. Algunas veces se venden conjuntamente la lavadora, plancha y máquina de coser, todo en color rosa.
Creo entonces que será el turno ahora de normalizar al Ken, ya que mi marido no es alto, atlético ni marca abdominales. Porque puestos a criticar y a esterotipar, yo tenía la cocinita de la Barbie y el Ken iba al gimnasio conduciendo un Porche gris. No digo nada más.
Aplaudo que la Barbie tenga ahora caderas, haya muñecas bajitas, morenas, incluso calcen zapato plano porque así soy yo -así somos todas- y la antigua Barbie debía modernizarse. Estoy de acuerdo con que esa imagen era falsa viendo la variedad de mujeres que hay, pero no he visto las mismas críticas con la nueva versión de las Barriguitas ni de la Nancy, con esos ojos grandes pintados que nada tienen que ver con la imagen inocente de mi infancia (en la foto mis dos Barriguitas). Ni con las Bratz o Monster High que tanto furor causaron entre las niñas que les apasionaban que tuvieran los labios pintados, ese pelo y esas minifaldas.
Y no hablo sólo de muñecas. Si te fijas en una estantería de juguetes infantiles, en la caja -siempre rosa- de la plancha de juguete, de la cocina y de la máquina de coser hay una foto de una niña jugando. Algunas veces se venden conjuntamente la lavadora, plancha y máquina de coser, todo en color rosa.
Creo entonces que será el turno ahora de normalizar al Ken, ya que mi marido no es alto, atlético ni marca abdominales. Porque puestos a criticar y a esterotipar, yo tenía la cocinita de la Barbie y el Ken iba al gimnasio conduciendo un Porche gris. No digo nada más.
lunes, 8 de febrero de 2016
La tele
Adoro ese momento de llegar a casa, darse una ducha, ponerse cómoda, cena y
televisión. A esa hora suelo ver programas de entretenimiento y series de
televisión. Le doy una oportunidad a casi todas las series que empiezan,
pero como el primer capítulo no me guste o me parezca una bobada -hay
series de risa que no le veo la gracia- dejo de verla. Me gustan las de
intriga, pero tampoco de miedo, que una reconoce que es miedosa y más a esas horas de la
noche...
También me gustan los programas "chorras" tipo Gran Hermano, Quién quiere casarse con mi hijo, Un príncipe para Corina, etc. Los veo y no me importa decirlo. No entiendo muy bien a esa gente que se justifica por hacerlo, como si tu nivel cultural bajase por momentos. No veo que nadie se justifique por ver el fútbol. Yo me lo paso bien, me río, es un momento de desestresarse en casa y desde luego, no me gustaría que me miraran por encima del hombro por verlos.
Es verdad que cuando ya son muchas ediciones me cansan, porque creo que están viciados y ya no es lo mismo. Pero no me duele en prendas decir que estuve muy enganchada a las dos primeras ediciones de Gran Hermano y me creí lo del experimento social, porque de verdad creía que en aquel entonces sí era la vida en directo. Mi opinión ahora es que van a lo que van, saben del éxito fácil y es un trampolín a una tele que no me gusta y a ciertas revistas. También me declaro "triunfita" total, fan total de aquellos lunes que no pestañeaba hasta que no acababan de cantar ya de madrugada Bisbal, Rosa o Chenoa.
Me gusta mucho los programas como Pekín Express y Perdidos en la tribu porque mezclan la curiosidad de ver cómo viven otras personas en otros países y los viajes, junto con cómo reacciona la gente cuando está desubicado de su forma de vivir habitual.
Por supuesto que veo otras cosas en televisión y también me gusta el cine, leo y hago manualidades, no creo que mi cultura descienda por reírte un rato con algunos "friquis" de la pantalla. También me gusta la prensa del corazón, -la de verdad como yo digo-, los cotilleos de algunas personas famosas de siempre, no todos estos que han emergido hace dos días, y reconozco que me encantan los acontecimientos sociales que retransmiten por la tele tipo bodas o la coronación del Rey, por ejemplo. No me gustan esos programas que dan cobertura a estos famosillos, en los que tengo que bajar el volumen por los gritos que dan los supuestos tertulianos. Mejor apago la tele porque no soporto pensar lo que estarán cobrando por estar ahí sentados con la de periodistas que estamos en paro.
También me gustan los programas "chorras" tipo Gran Hermano, Quién quiere casarse con mi hijo, Un príncipe para Corina, etc. Los veo y no me importa decirlo. No entiendo muy bien a esa gente que se justifica por hacerlo, como si tu nivel cultural bajase por momentos. No veo que nadie se justifique por ver el fútbol. Yo me lo paso bien, me río, es un momento de desestresarse en casa y desde luego, no me gustaría que me miraran por encima del hombro por verlos.
Es verdad que cuando ya son muchas ediciones me cansan, porque creo que están viciados y ya no es lo mismo. Pero no me duele en prendas decir que estuve muy enganchada a las dos primeras ediciones de Gran Hermano y me creí lo del experimento social, porque de verdad creía que en aquel entonces sí era la vida en directo. Mi opinión ahora es que van a lo que van, saben del éxito fácil y es un trampolín a una tele que no me gusta y a ciertas revistas. También me declaro "triunfita" total, fan total de aquellos lunes que no pestañeaba hasta que no acababan de cantar ya de madrugada Bisbal, Rosa o Chenoa.
Me gusta mucho los programas como Pekín Express y Perdidos en la tribu porque mezclan la curiosidad de ver cómo viven otras personas en otros países y los viajes, junto con cómo reacciona la gente cuando está desubicado de su forma de vivir habitual.
Por supuesto que veo otras cosas en televisión y también me gusta el cine, leo y hago manualidades, no creo que mi cultura descienda por reírte un rato con algunos "friquis" de la pantalla. También me gusta la prensa del corazón, -la de verdad como yo digo-, los cotilleos de algunas personas famosas de siempre, no todos estos que han emergido hace dos días, y reconozco que me encantan los acontecimientos sociales que retransmiten por la tele tipo bodas o la coronación del Rey, por ejemplo. No me gustan esos programas que dan cobertura a estos famosillos, en los que tengo que bajar el volumen por los gritos que dan los supuestos tertulianos. Mejor apago la tele porque no soporto pensar lo que estarán cobrando por estar ahí sentados con la de periodistas que estamos en paro.
lunes, 1 de febrero de 2016
Sin calcetines
Hoy toca post de moda, más bien de las cosas que se han puesto de moda pero yo no comparto. Veo a muchas bloggers de moda posar para sus fotos en vaqueros y zapatos de tacón sin calcetines o pantalones tobilleros y playeros, incluso faldas sin medias. No sé si los harán para la foto y luego se enfundarán un buen abrigo y unas botas o en su ciudad tienen un clima suave y caluroso en esta época del año. Pero en Valladolid hace frío, aunque este invierno está siendo menos que de costumbre, no se me ocurre salir a la calle en piernas, ni en mangas de camisas ni calzarme unas bailarinas de las que tengo en mi parte del armario para el verano.
Por muy de moda que esté no lo entiendo, no seré yo -con lo friolera que soy- la que pase frío por lucir los tobillos en invierno porque no le veo sentido. ¡Con lo que me gustan a mí las botas! Claro que serán las que luego en verano vayan con botas en vez de en sandalias. El mundo al revés... Digo lo del calzado porque me llama mucho la atención, pero ocurre lo mismo cuando las veo con unas blusitas finitas que no me las pongo yo ni para una oficina o con una cazadora vaquera o de cuero que te deja al aire los riñones.
Y ya otro cantar son las medias. Mi apuesta son las medias tupidas cuando me pongo falda porque presiento que voy a poder soportar el frío, por eso no entra en mi cabeza salir a la calle con 3 grados sin medias. Dicen que para presumir hay que sufrir y será que las famosas no sufren poque se bajan de un coche, posan cinco minutos en un photocall y entran a una gala donde tendrán la calefacción a tope. Pero el resto de los mortales vamos a la compra, a trabajar y a tomar algo por la noche y hace frío.
No sé si compensa estar con esa cara desencajada sólo por lucir piernas -que por otra parte están blancas, y si me apuras con carne de gallina-. Porque, por lo menos yo, cuando estoy pasando frío me pongo de mala leche...digamos que se me congela la sonrisa.
Por muy de moda que esté no lo entiendo, no seré yo -con lo friolera que soy- la que pase frío por lucir los tobillos en invierno porque no le veo sentido. ¡Con lo que me gustan a mí las botas! Claro que serán las que luego en verano vayan con botas en vez de en sandalias. El mundo al revés... Digo lo del calzado porque me llama mucho la atención, pero ocurre lo mismo cuando las veo con unas blusitas finitas que no me las pongo yo ni para una oficina o con una cazadora vaquera o de cuero que te deja al aire los riñones.
Y ya otro cantar son las medias. Mi apuesta son las medias tupidas cuando me pongo falda porque presiento que voy a poder soportar el frío, por eso no entra en mi cabeza salir a la calle con 3 grados sin medias. Dicen que para presumir hay que sufrir y será que las famosas no sufren poque se bajan de un coche, posan cinco minutos en un photocall y entran a una gala donde tendrán la calefacción a tope. Pero el resto de los mortales vamos a la compra, a trabajar y a tomar algo por la noche y hace frío.
No sé si compensa estar con esa cara desencajada sólo por lucir piernas -que por otra parte están blancas, y si me apuras con carne de gallina-. Porque, por lo menos yo, cuando estoy pasando frío me pongo de mala leche...digamos que se me congela la sonrisa.