Siempre fui una niña que jugó con muñecas, desde que tengo uso de razón recuerdo colocar en mi habitación a las Barriguitas, Barbies, Nancys y Nenucos y jugar a profesoras. Era bien pequeña cuando quitaba a mi tía una muñeca que le había traído su novio de París y era lo más parecido a una Barbie. Luego tuve unas cuantas, y también sus complementos, y mis vecinas pasaban a jugar con ellas. No recuerdo que ninguna de nosotras tuviéramos ninguna fijación por tener esa cintura de avispa, ni esos minipies siempre en tacones, ni esas medidas de pecho, ni ese pelo rubio, largo y liso. Pero aplaudo la decisión que ha tenido la empresa si es que esa imagen sí ha influido a otras niñas hasta causarles alguna enfermedad.
Aplaudo que la Barbie tenga ahora caderas, haya muñecas bajitas, morenas, incluso calcen zapato plano porque así soy yo -así somos todas- y la antigua Barbie debía modernizarse. Estoy de acuerdo con que esa imagen era falsa viendo la variedad de mujeres que hay, pero no he visto las mismas críticas con la nueva versión de las Barriguitas ni de la Nancy, con esos ojos grandes pintados que nada tienen que ver con la imagen inocente de mi infancia (en la foto mis dos Barriguitas). Ni con las Bratz o Monster High que tanto furor causaron entre las niñas que les apasionaban que tuvieran los labios pintados, ese pelo y esas minifaldas.
Y no hablo sólo de muñecas. Si te fijas en una estantería de juguetes infantiles, en la caja -siempre rosa- de la plancha de juguete, de la cocina y de la máquina de coser hay una foto de una niña jugando. Algunas veces se venden conjuntamente la lavadora, plancha y máquina de coser, todo en color rosa.
Creo entonces que será el turno ahora de normalizar al Ken, ya que mi marido no es alto,
atlético ni marca abdominales. Porque puestos a criticar y a
esterotipar, yo tenía la cocinita de la Barbie y el Ken iba al gimnasio conduciendo un
Porche gris. No digo nada más.
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