Bajó del tren y mientras buscaba a su amiga entre rostros desconocidos en la estación, que miraban anhelantes a sus familiares -¡cuántas historias guardan las estaciones y aeropuertos!- pensó en cuánto tiempo había pasado, en cómo se encontrarían, en cuánto habían cambiado sus vidas. Y allí la vio, de pie, con su barriga prominente y otro crío de la mano. Pues sí habían cambiado, sí...
Comieron poniéndose al día de empleos, familias y amigos comunes. Tan pronto hablaban de nombres para el nuevo bebé como de una anécdota de trabajo. Pero por la tarde, recostadas en el sofá de su casa, en aquella calurosa tarde de verano, mientras hablaban de cosas cotidianas, los recuerdos se agolpaban en su mente. Sintió que volvían a ser aquellas jóvenes estudiantes, en esas escaleras donde se labró su amistad entre apuntes y nervios de exámenes, en aquellos cafés interminables y noches de fiesta. Mucho antes de licenciarse, de que los maridos llegaran a sus vidas, y los trabajos, y los hijos, y los jefes...mucho antes de mudarse de ciudad y no verse tanto, mucho antes de la boda y del pequeño, mucho antes... Cuando sólo eran dos alumnas con todos los sueños por cumplir.
Y al volver a subir al tren pensó que quizás ésa era la esencia de la amistad. La confianza, las confidencias que puedes hacer a una persona aunque haga tanto que no la ves, lo cómodo que te sientes a pesar de la distancia y del tiempo, y de los cambios de la vida. Como si no pasaran los años pero habían pasado veinte.
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