A riesgo de que me partan la cara, la voy a sacar por los Sanfermines. Decía mi madre que siempre fui una defensora de las causas perdidas, y no creo que esto lo sea, pero sí pienso que se le está tratando injustamente. Me refiero a los auténticos Sanfermines, no a los que salen en la tele.
Porque Sanfermines es una gran fiesta con todo lo grande que es esta palabra, no sólo noche, alcohol, borrachos, bares y sexo. Es la auténtica celebración en la calle, disfrutar desde que sales por la mañana hasta la noche, es la exaltación de la alegría de vivir, es poder ser tú, sin dobleces, en una ciudad que te acoge desde que te bajas del coche.
Igual ahí está el problema, que acoge a todos y no todo vale. Los extranjeros (no sólo de otros países, también de otras ciudades) que llegan con el concepto equivocado, atraídos por una publicidad de fiesta universal a una ciudad que ellos creen sin ley.
Si no te gusta no tienes por qué correr el encierro, ni siquiera verlo, ni ir a los toros, igual que no es obligatorio tirarse de la fuente de Navarrería, ni trasnochar, ni beber hasta caer rendido, ni ligar, ni entrar al vallado con una cámara o un teléfono.
Sanfermines es música, charangas, peñas, gigantes y kilikis, cuadrillas almorzando, es un bocata de chistorra que te tomas para reponer fuerzas, es la procesión del Santo, ver los fuegos artificiales mientras comes un pintxo, dianas y riau riau, es esperar con emoción el chupinazo para ponerte el pañuelico, son tiendas implicadas vestidas de blanco y rojo, son comidas en familia, con todos bien uniformados, desde el abuelo con 80 años hasta el bebé en la silla. Tú eres el protagonista, son unas fiestas participativas y espontáneas, no tienes que pagar para entrar en casetas privadas, el espectáculo está a todas horas y está en la calle. Y no sólo en Estafeta. Hay diversión en muchas más zonas, igual que hay más de 400 actividades para todas las edades.
Pero es muy difícil ver los Sanfermines de día si estás durmiendo la 'mona' en un parque, donde por cierto no se puede acampar por mucho que siempre se vea en la televisión a la gente allí tirada. Ese es el otro problema, las imágenes recurrentes que vemos todos los años, siempre las mismas, abusando de una mala reputación -que no digo que esto no ocurra-, pero obviando la parte buena. Me da pena pensar que vayan a morir de éxito.
Cuando -Dios me libre de meterme con otras fiestas- supongo que alcohol y sexo habrá en otros sitios, pero lucen más los vestidos de lunares, los ninots de las Fallas, las chirigotas de Cádiz, la reina del Carnaval de Tenerife, los bailes del camino del Rocío, las hogueras de San Juan, las piragüas del Sella, o las camisetas rojas manchadas en la tomatina. ¿O es que aquí no hay incidentes?
Los auténticos Sanfermines fueron lo que me enseñaron a mí, quizás porque tuve la suerte de que siempre los viví con gente autóctona, que conocía las tradiciones y las sentía mucho más que los forasteros que vamos allí creyendo que conocemos el significado de la palabra fiesta.
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