Esta semana me han pasado dos cosas muy curiosas por ser asidua a distintas redes sociales. Y es que a veces seguir a gente en Instagram tiene estas cosas, que te parece que los conoces de toda la vida porque sabes en qué trabajan, cómo se llaman sus niños y hasta lo que comen.
Aunque esto es algo que suelen denunciar los famosos porque les trae más de un problema -fans locos que les persiguen, les abordan e incluso les insultan, excusados en el anonimato de un perfil falso-, creo que también tiene cosas buenas. Siempre que haya respeto y educación, como en la vida real. Te hace estar más cerca de actores, cantantes, deportistas y cualquier personaje público, pero no puedes olvidar que no los conoces, no son tus amigos, aunque te parezca que los tienes tan cercanos.
El otro día me quedé en shock con la muerte de una wedding planner, que para quien no lo sepa es una organizadora de bodas. Por eso empecé a seguirla, por su trabajo, por sus flores en escenarios preciosos, decorados luminosos y por esa pasión desbordante que demostraba. Y así fue como, al enterarme de la fatal noticia, no podía dejar de pensar en su marido y sus tres hijos húngaros, a los que nos había hecho partícipes de su proceso de adopción. Ni tampoco olvidar a sus compañeras de trabajo, esa empresa que ella había creado para planear la boda perfecta.
Y entones piensas qué alegría y qué entusiasmo debe tener alguien para transmitirlo de esa manera tan brutal a través de la pantalla, como para que sin conocerla, pienses que se fue alguien con una personalidad arrolladora. Una joven treintañera que decía que si la felicidad fuese un color sería sin duda el amarillo. Y entonces, Instagram se llenó de mensajes de pésame, flores amarillas como las de sus bodas, novios huérfanos que colgaban fotos de sus preparativos, corazones amarillos en los millones de comentarios de su perfil. No hay duda de que rebosada felicidad y amor por su trabajo y por su familia. Parece ser que también lo sintió así su comunidad de seguidores.
La otra anécdota triste fue un vídeo denuncia de otra blogger, precisamente contando este acoso en un foro de la revista de moda Vogue, que consintió años de insultos y amenazas a ella y los suyos. Igualmente se hizo viral y sus lágrimas traspasaron el móvil. Miles de personas se solidarizaron, criticaron estas conductas, comentaron con un hashtag para que el foro se cerrase y la revista así lo hizo finalmente. En serio, qué mala es la envidia. ¿No tienes nada más que hacer, que seguir a una influencer que no te gusta, para insultarla y perder tu tiempo en escribir un comentario dañino sobre ella? ¿Qué clase de persona eres, además de obviamente una envidiosa y maleducada?
La otra enseñanza es que juntos se pueden conseguir muchas cosas. El vídeo fue compartido por muchas de sus compañeras que se hicieron eco del problema. Hay que contarlo, compartirlo y denunciarlo, cualquier clase de acoso, no sólo el cibernético. Es la otra cara de internet. Al final solo se trata de respeto. Como siempre.
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