Ya llevaba unos días invadida por los recuerdos. Cuando se divorció volvió a alquilar el piso que compartió en sus tiempos de estudiante con otras compañeras. Le pareció un guiño del destino que estuviera libre, esperándole. Fue como volver donde empezó todo... pero con más años. Allí se dirigía ahora porque todavía tenía que acabar de arreglar las habitaciones donde se volverían a alojar. Era increíble que fueran a coincidir de nuevo, todavía no se explicaba cómo habían podido cuadrar horarios.
Hace ya tiempo que empezaron a convocar por redes sociales un encuentro típico de antiguos alumnos de la carrera. Con esa excusa, ella y Andrés -con el que seguía manteniendo mucho trato y vivían en la misma ciudad- habían planificado juntarse como hacían otras veces y acudir al evento, pero lo que era inaudito era que también vendrían Mónica y Laura. A esta última le habían perdido la pista cuando decidió viajar a Guatemala de cooperante de una ONG. Ahora resulta que se había reconvertido en chef y trabajaba en un restaurante en Toulousse. María casi no se lo creía cuando le llamó diciéndole que había reservado un avión para venir al reencuentro. Fue entonces cuando empezaron a maquinar su particular fin de semana de chicas en el mismo piso que compartieron hace 20 años.
Pero todavía les quedaba la tarea más difícil, que Mónica pudiera bloquear su apretada agenda y acudir a la cita. La que en sus tiempos era la más guapa del grupo, que se llevaba a los chicos de calle con su larga melena castaña, se había convertido en una gran modelo. Aunque no hablaban apenas con ella, todas le seguían la pista por Instagram y por las revistas. Viajaba mucho a esos sitios paradisíacos que todas soñaban cuando eran jóvenes, cuando creían que se comerían el mundo. Ella parecía que lo había conseguido.
Aunque ahora no quería pensar en las vueltas que habría dado la vida de cada uno, en si habrían conseguido sus sueños. Imaginaba que todas habría tenido éxitos y fracasos, pero lo importante era que se iban a juntar para ponerse al día. Quería pensar que, a pesar de los cambios y los años, serían los mismos jovenzuelos de la Universidad, que tendrían los mismos valores e ideas que les unieron en su día.
Todavía recordaba cuando tuvo que hacer aquel trabajo con Andrés en la primera semana de clases y cómo descubrieron que, aunque parecían tan diferentes, les unían más cosas de las que pensaban y se entendían muy bien como equipo. Laura se sentó a su lado casi desde el primer día y fue con la primera persona que habló al entrar en aquella aula tan grande muerta de nervios. Le cayó bien desde el principio y, casi sin darse cuenta, ya estaban planificando irse a vivir a un piso y dejar la residencia.
En aquella especie de internado, con esas normas tan rígidas, fue donde conocieron a Mónica, que siempre llegaba tarde a la cena porque ya en aquel entonces era una auténtica relaciones públicas. Era propiamente el alma de la fiesta. ¡Ay las fiestas de la Universidad!
Estudiar estudiaban mucho, pero ¡qué bien se lo pasaban! Acudían juntas a todas las fiestas que se convocaban, más el resto de amigos que fueron haciendo. El caso era conocer gente, relacionarse y explorar nuevas ideas y proyectos. La cabeza les estallaba de planes.
Compartir piso les hizo mayores de pronto, organizar las tareas de la casa y responsabilizarse de ello fue uno de sus logros. Más el de la convivencia, claro. Establecer aquellas normas internas que se pusieron respecto a horarios de estudio y visitas de amigos. Porque en esa casa siempre había gente.
Eran compañeros en clase y en casa y, aunque habían tenido sus roces, María estaba segura de que ese lazo les uniría de por vida. Sólo rezaba para que los años sin verse no hubieran hecho mella en ese compañerismo que sellaron. Estaba a punto de comprobarlo.
Cuando llegó a casa, Andrés ya le esperaba para echarle una mano con los últimos preparativos. Siempre se podía contar con él. Los dos estaban inquietos e ilusionados como adolescentes.
Laura no podía creerse que la dirección fuera la misma cuando llamó al portal. Le temblaban los dedos al tocar, los recuerdos se agolpaban en su mente. Como apenas faltaban unos días para su cumpleaños, se acordó de cómo lo celebraban por todo lo alto en esa misma casa. Siempre les pillaba en época de exámenes y tenían que retrasarlo para estudiar, pero después merecía la pena. Y María, que estaba en todo, le recibió con globos en la puerta, que soltó rápidamente para abrazarla.
Mónica le mandó a su chófer aparcar un poco más lejos porque quería recorrer andando los últimos pasos hacia esa puerta, como había hecho tantas veces antes. Caminó esa calle en zapatillas de deporte cuando salía a correr casi al amanecer, también a altas horas de la noche cuando volvía de fiesta, cargada con apuntes cuando iba a estudiar a la biblioteca y con fotocopias que le habían dejado sus compañeros cuando no había podido ir a clase… La Universidad le había enseñado disciplina y organización para poder llegar a todo. Pero esta vez no iba sola, llegaba con una sorpresa que estaba segura les iba a gustar, aunque tenía mucho que explicarles. En eso pensaba cuando respiró hondo, se agarró de la mano de su pareja y llamó al timbre. Se podían oír las risas y los gritos detrás de la puerta.
Tras abrir y saludarse entre chillidos, sus amigos se quedaron en silencio al ver que venía acompañada. Mónica se apartó para dejar pasar a Marcos, que se había quedado en el pasillo. No daban crédito. Aquel profe del que no se perdían una clase, aunque fuese los viernes a última hora, al que entregaban sus mejores trabajos, fruto de tantas horas de investigación en grupo, estaba allí escoltando a Mónica. En sus mentes tenían un montón de preguntas, pero sonreían. Ya estaban todos, como si se hubiese parado el tiempo. Al fin y al cabo, habían compartido los mejores años de sus vidas.
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