- Abueeeeloooo!!!
Siempre llamaba así mientras tocaba el timbre insistentemente porque estaba ya un poco sordo. En cuanto oía los pasos, arrastrando los pies, dejaba de llamar.
Era miércoles, el día
que pasaba la tarde en casa de su abuelo. Hoy iba ser cuando llevara a cabo su
plan. Bueno, tampoco era un plan laborioso, pero era la única vía que veía
ahora mismo factible para entregar un cuento de Navidad en clase de Lengua y de
paso, aprobar. Mandarle esa tarea era peor que un castigo para alguien que ni
creía en Papá Noel ni tenía ilusión por nada. Odiaba cuando se acercaba diciembre
y todos los trabajos estaban relacionados con el mismo tema. Desde que su madre
murió, también se fue cualquier atisbo de espíritu navideño que hubiera por casa.
Pero recordaba entre las historias que le había contado su madre, que ella
viajó con los abuelos a Laponia y se sentó en las rodillas del mismísimo Santa.
Ahora que lo veía en
perspectiva no sabía si sólo era uno de esos cuentos inventados que a su madre
le gustaba contarle por la noche. Recordaba vagamente alguna anécdota, pero
estaba seguro de que si era verdad, debería encontrar fotos en casa de su
abuelo. ¿Cómo no fotografiar ese momento?
No es que el abuelo se
prestara voluntario a su plan, ni le gustaba recordar cosas de su madre porque
se ponía muy triste, pero estaba seguro de que algo encontraría. La semana pasada
intentó preguntarle y sonsacarle algo de ese viaje, pero no consiguió nada,
hasta el punto de pensar que todo habría sido imaginación de su madre.
Comió deprisa para
tener más tiempo para rebuscar cosas. Dejó al abuelo viendo la tele en el sofá,
previo a su consabida cabezadita. Le preguntó dónde guardaban los álbumes de
fotos y le dijo que tenía que hacer un trabajo para el cole, que al fin y al
cabo era la verdad. Menos mal que su abuelo era un hombre muy ordenado y que
tenía todo colocado por años…todo hasta que su madre murió, cuando dejó de
preocuparse por cosas tontas, según
decía él.
Media tarde pasó
buscando y no encontraba nada. Había calculado el año de ese viaje por la edad
que pensaba que tendría su madre y después, había ido para adelante y para
atrás, hasta casi revisar todas las fotos. Ya estaba desesperado cuando al
fondo del armario una pequeña caja, era de esas típicas de lata en las que la
abuela guardaba otras cosas.
Encontró varias
postales y, entre ellas, la felicitación navideña que habían enviado aquel año.
Allí estaba su madre,
rodeada de paisajes blancos de nieve, bien abrigada y radiante de felicidad.
Por fin la vio, sentada en las rodillas de Papá Noel, acariciándole la barba y
con la carta en la otra mano. Mamá Noel estaba detrás del sofá posando para la
foto. Su madre tenía las mejillas sonrosadas y no miraba a la cámara, sólo
fijamente a ese hombre mayor que parecía escucharle.
Tan intensamente miró a
su madre, sus coletas, su pequeño jersey rojo, que le pareció hasta oír su voz.
Casi la había olvidado. Una lágrima cayó por su mejilla. De repente, tenía
mucho sueño, sería el cansancio o el peso de los recuerdos, pero se vio a él
mismo sentado en ese mismo sofá, riendo con su madre que le decía que le tocara
la barba para comprobar que era de verdad.
Hacía calor en esa
estancia, donde vio que había más niños sentados en el suelo, pero no podía oír
nada, sólo la voz de su madre que le decía que esta es la magia de la Navidad. “¿Ves cómo es verdad?”
La oía con su voz
aniñada cómo le explicaba todo lo que habían hecho en ese viaje. Papá Noel
sabía que se acercaba su cumpleaños y le había regalado un osito de peluche.
Era cierto que su madre siempre hacía una fiesta genial en diciembre por su
aniversario, muy cerca de las navidades. Recordaba su sonrisa, sus ojos de
ilusión.
Olía dulce allí, a
galletas recién horneadas por Mamá Noel. Se asomó por una de las ventanas y, en
medio de esa estampa invernal, vio un reno y un trineo en la puerta de aquella
casa preciosa de madera. Le pareció irreal hasta que tuvo bien cerca los
cuernos y le vio rumiar tundra del suelo nevado.
Se giró y se topó con
dos elfos vestidos de verde envolviendo paquetes. Se frotó los ojos. De pronto,
los niños comenzaron a cantar una canción pegadiza, pero no entendía nada.
No podía creerlo,
parecía todo tan cierto. Era como si la foto le hablase. Se fijó más y al fondo
vio al abuelo sonreír, como solía hacer
antes. Él miraba fijamente a donde estaba sentada su madre con Papá Noel. La
niña, en efecto, sujetaba un osito blanco.
“Nunca
pierdas la ilusión hijo”.
-
Hijo,
despierta, te quedaste dormido en el suelo. Mira cómo está todo de revuelto.
¿Qué buscabas?
-
¡Abuelo!-
dijo somnoliento. ¿Lo he soñado? Mamá me
contaba un cuento sobre un viaje a Laponia y el verdadero Papá Noel, pero no
creía que fuese cierto. ¿Fuisteis de verdad?
-
Pues
claro, cariño, ¿no ves esas fotos? ¡Pero de eso hace tanto tiempo! ¡Tu madre
tenía tanta ilusión! ¡Celebrábamos tanto la Navidad, y ahora nada tiene
sentido…
Dio la vuelta a la postal,
y allí, casi sin que se apreciara por la tinta ya desgastada por el paso del
tiempo, venía esa palabra que se convirtió en mágica: Joulupukki.
-
Jou-lu-pu-kki…
Le dejó ahí hablando
entre susurros mientras fue corriendo a la habitación donde su abuelo tenía un
ordenador más viejo que la tos, pero conectado al wifi que le puso su padre
hace unos años. Necesitaba buscar qué significaba esa palabra tan rara, por qué
estaba apuntada en esa foto. ¿Sería una clave?
Cuando lo encontró,
suspiró sonriendo. Su madre decía la verdad: “Joulupukki es el nombre finés de Santa Claus o Papá Noel”. Entonces no era postal cualquiera, era su firma, un verdadero
autógrafo.
Siguió
leyendo y cada palabra le confirmaba más lo que acababa de ver: “La residencia de Joulupukki se sitúa
en Korvatunturi,
montaña en la Laponia de Filandia y su
taller en Rovaniemi. Habitualmente
lleva ropa cálida y de color rojo, utiliza un bastón y viaja en un trineo tirado por sus renos”. Hasta la frase final de aquella descripción que vio por
internet: “La tradición de Joulupukki,
Santa Claus, Papá Noel, etc., sigue viva en la mayoría de los países y culturas
del mundo pero, en la actualidad, Finlandia es uno de los pocos países donde
los niños pueden de hecho verle repartiendo los regalos”.
¡Madre mía! ¡Todo era
verdad! Cómo podía haber dudado, si todo le había parecido tan real…Casi podía
sentir el tacto de la barba y el olor de las galletas.
Abrió un documento en
blanco para comenzar su trabajo. Iba a escribir la mejor redacción que nunca
hubieran leído en el colegio. No sólo iba a aprobar, iba a sacar sobresaliente.
Se sintió poderoso, le invadió un espíritu navideño que le hizo desear que
llegaran pronto las navidades.
Comenzó a escribir, y a
borrar…Otra vez, tecleaba, se paraba, pensaba… No, así no. Eliminar. No sabía
cómo expresar lo que acababa de vivir. Intentaba recordar las palabras de su
madre, pero no podía. Además, ahora tenía otro problema: nadie iba a creerle. Si
él mismo había dudado.
¿Cómo empezaba el cuento
que le solía contar? Le daba rabia no acordarse de esas cosas. ¡Qué mala
memoria!
-
¿Entonces
te ha gustado ver la foto de Joulupukki?
El abuelo había
aparecido en el despacho con la felicitación de la mano y una sonrisa en la
boca. Parecía otro, más jovial, alegre, incluso con menos años. Es como si se
hubiera quitado un peso de encima.
¿Qué había pasado? El
abuelo comenzó a hablar muy rápido y a contarle cosas de ese viaje
atropelladamente; de la visita a la casa de Papá Noel, pero también de aquellos
días rodeados de paisajes nevados, de una cabaña en medio del bosque, de un
lago helado, de trineos tirados por perros, de que habían pescado en el hielo,
de cómo habían comida una sopa caliente muy rica y habían dado de comer a los
renos, que se desplazaban con raquetas por la nieve y habían dormido en un
iglú….
-
Espera,
abuelo. Necesito que vayas más despacio, tengo que escribirlo todo para mi
trabajo de clase. Va a ser el mejor cuento de Navidad. Gracias.
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