No me gusta el cambio de armario. Así, a bocajarro. Y todavía mucho menos el cambio de ropa de verano hacia el otoño e invierno. Y aunque ahora he hecho el cambio al revés y me resulta un poco mejor porque vamos hacia el buen tiempo y la ropa más ligera, me sigue sin gustar.
Quizás es porque me lleva tiempo, porque hay que ordenar a fondo el armario o porque veo delante de mí la cantidad de ropa que tengo, la que no me he puesto y la que no me vale. Creo que no sólo me pasa a mí, lo de tener mucha ropa digo...ni lo de que me quede pequeña de una estación a otra....Consuelo de muchos...
Así que aprovecho para probármelo todo, deprimirme porque he engordado, hacer firme propósito de adelgazar y otra cosa muy importante: hacer una buena limpieza. Preparo bolsas grandes para quitar todo aquello que ya no me he puesto porque no me vale o porque ya es de hace varios años y estoy un poco cansada de ponérmela. Aunque suene fuerte decirlo así, hay ropa que dono que está perfecta.
En estos tiempos en que todo se vende, yo sigo apostando por regalar, dárselo a algún familiar o amigo o, la mayoría de las veces, se lo doy a un señor que recoge ropa y comida para familias desfavorecidas. Lo que antes hacía con mi madre y con los juguetes que llevábamos a la parroquia, lo sigo haciendo con la ropa. Puede que esto calme mi conciencia sí, pero me siento bien sabiendo que esa prendas que están bien van a servir a más gente, así que animo a todos a que hagan lo mismo. Porque no nos engañemos que volveré a comprar más ropa...ahora que he hecho hueco en el armario.
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