Porque no todo en la vida es de color de rosa, porque hay muchos matices entre el blanco y el negro, y porque siempre hay una cara B, hasta en lo que más nos gusta, he pensado hacer una continuación del post anterior contando también lo malo. Porque en la valoración final del curso no he podido dar un 10 a mis clases de pilates por "causas ajenas".
Principalmente por una sola causa: la música excesivamente alta de la clase que se impartía al lado. Llámalo altísima, atronadora, retumbante, aturdidora, ensordecedora y todos los sinónimos que quieras hasta parecer que teníamos a Ricky Martín bailando dentro. Hasta el punto de no oír a nuestro profesor, que da la clase sin música porque explica mucho cada ejercicio, hasta que él se desconcentraba y nosotras más porque estábamos canturreando "Traicionera".
Ahí fue cuando como compañeros, el profesor se acercó a pedirle que bajara un poco la música. Como no veíamos mejoría, fue una alumna de nuestra clase la que habló con la otra monitora. Y cuál sería nuestra sorpresa cuando no sólo no bajó el volumen sino que lo subió. Entonces comenzó un pulso que nos llevó a presentar escritos colectivos de quejas al Ayuntamiento y a que tuviera que personarse el propio concejal en el pabellón a comprobar el volumen. Primera batalla ganada.
Mientras seguía el conflicto, los meses pasaban, reuniones, descontento, cada vez menos alumnos en nuestra clase porque había días que era un suplicio el dolor de cabeza, y a todo esto se añadía no entender cómo alguien podía ser tan prepotente y tan mal compañero.
El curso lo hemos acabado con la sala insonorizada y casi sin oír su música. Segundo asalto. Pero por supuesto, con varios daños colaterales que no voy a enumerar. ¿Pulso ganado entonces?. Sólo espero que entre las consecuencias futuras no esté que mis compañeros se desapunten de la clase y mucho menos que nuestro profesor no siga porque esté cansado de tanta cruzada. Eso significará que la guerra se ha perdido completamente.
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