sábado, 23 de enero de 2021

Palabras

Sola, otra vez. Oyendo aquellas palabras. Malditas palabras. Palabras con connotaciones negativas. 

Suenan una y otra vez en la cabeza como el eco chocando contra las paredes. Tiempo para asimilarlo, para normalizarlo.

Palabras positivas. Superación, tratamiento, prevención, revisión, control, seguimiento. 

Bip, un mensaje. Palabras que acarician. 

Ring, un llamada. Palabras que te sostienen, te arropan.

El poder de las palabras. Siempre creyó en eso, de hecho, juega y trabaja con ellas. 

Y entonces recuerda el anuncio en la marquesina al lado del semáforo que siempre le pilla en rojo. "Si no lo nombras, no lo estás aceptando”. 

Así que allá vamos: biopsia, tumor, ganglio linfático, metástasis, extirpación, tumorectomía, oncología, mastectomía, radioterapia, quimioterapia. 

Verbalizarlo para darle visibilidad.

Cáncer. De mama.

martes, 12 de enero de 2021

Nostalgia

La nieve en fin de semana y las vacaciones escolares han alargado las navidades, y, eso, unido a unas navidades tan diferentes, hace que tarde en sentarme a escribir en este nuevo año. 

Año de nieves, año de bienes. Ojalá. Pero como ya he dicho otros años, y más viniendo de este 2020, sin expectativas. 

Ahora que me he hecho mayor -tengo ya que admitirlo- reconozco que es la época que más nostálgica me pongo, que más recuerdos me trae de navidades infantiles, abuelos, regalos, sorpresas... Pero como son fotografías bonitas, no me importa, es más, me encanta. Bien lo sabe quien bien me conoce, a pesar de las dificultades de los años. Quizás sea que los niños te dan la oportunidad de revivirlas o quizás es que es el momento perfecto para volver a ser niño. 

No me cansaré de agradecer a mi familia tan buenos recuerdos. Aunque haga ya tres años que no pueda felicitar a mi abuela por su cumpleaños, no me olvido la cantidad de días 6 de enero tan buenos que pasé por llamarse Baltasara. Parece que la estoy viendo, colgada del teléfono, diciéndole a la gente que la felicitaba, que nosotros teníamos enchufe con el rey Baltasar y por eso venían siempre muy cargados. ¡Qué gran día! La mesa del salón llena de paquetes para todos, mi bisa diciéndome que no me olvidase de felicitar a la abuela antes de abrir los regalos, el roscón, la familia... 

Pero con el paso de los años, además de la añoranza, también me siento muy orgullosa. Hay cosas que sin duda me faltan, pero hay muchas que las hemos continuado hasta convertirse en tradiciones de esas que no dejo que caigan en el olvido. Así que sí, estoy muy satisfecha de mí misma (aunque suene mal decirlo) y de muchos pajes a mi alrededor que conservan esa magia. La ilusión de estas fechas no tiene edad. 

"Si pudiéramos ver el mundo con los ojos de un niño, veríamos la magia en todo". Lo he dicho siempre, la magia es ilusión y para mí esa es la palabra que define estos días. Por eso mi deseo para ti que estás leyéndome es este: no dejes nunca de creer. 




lunes, 4 de enero de 2021

Un cuento real

 -          Abueeeeloooo!!!

Siempre llamaba así mientras tocaba el timbre insistentemente porque estaba ya un poco sordo. En cuanto oía los pasos, arrastrando los pies, dejaba de llamar.

Era miércoles, el día que pasaba la tarde en casa de su abuelo. Hoy iba ser cuando llevara a cabo su plan. Bueno, tampoco era un plan laborioso, pero era la única vía que veía ahora mismo factible para entregar un cuento de Navidad en clase de Lengua y de paso, aprobar. Mandarle esa tarea era peor que un castigo para alguien que ni creía en Papá Noel ni tenía ilusión por nada. Odiaba cuando se acercaba diciembre y todos los trabajos estaban relacionados con el mismo tema. Desde que su madre murió, también se fue cualquier atisbo de espíritu navideño que hubiera por casa. Pero recordaba entre las historias que le había contado su madre, que ella viajó con los abuelos a Laponia y se sentó en las rodillas del mismísimo Santa.

Ahora que lo veía en perspectiva no sabía si sólo era uno de esos cuentos inventados que a su madre le gustaba contarle por la noche. Recordaba vagamente alguna anécdota, pero estaba seguro de que si era verdad, debería encontrar fotos en casa de su abuelo. ¿Cómo no fotografiar ese momento?

No es que el abuelo se prestara voluntario a su plan, ni le gustaba recordar cosas de su madre porque se ponía muy triste, pero estaba seguro de que algo encontraría. La semana pasada intentó preguntarle y sonsacarle algo de ese viaje, pero no consiguió nada, hasta el punto de pensar que todo habría sido imaginación de su madre.

Comió deprisa para tener más tiempo para rebuscar cosas. Dejó al abuelo viendo la tele en el sofá, previo a su consabida cabezadita. Le preguntó dónde guardaban los álbumes de fotos y le dijo que tenía que hacer un trabajo para el cole, que al fin y al cabo era la verdad. Menos mal que su abuelo era un hombre muy ordenado y que tenía todo colocado por años…todo hasta que su madre murió, cuando dejó de preocuparse por cosas tontas, según decía él.

Media tarde pasó buscando y no encontraba nada. Había calculado el año de ese viaje por la edad que pensaba que tendría su madre y después, había ido para adelante y para atrás, hasta casi revisar todas las fotos. Ya estaba desesperado cuando al fondo del armario una pequeña caja, era de esas típicas de lata en las que la abuela guardaba otras cosas.

Encontró varias postales y, entre ellas, la felicitación navideña que habían enviado aquel año.

Allí estaba su madre, rodeada de paisajes blancos de nieve, bien abrigada y radiante de felicidad. Por fin la vio, sentada en las rodillas de Papá Noel, acariciándole la barba y con la carta en la otra mano. Mamá Noel estaba detrás del sofá posando para la foto. Su madre tenía las mejillas sonrosadas y no miraba a la cámara, sólo fijamente a ese hombre mayor que parecía escucharle.  

Tan intensamente miró a su madre, sus coletas, su pequeño jersey rojo, que le pareció hasta oír su voz. Casi la había olvidado. Una lágrima cayó por su mejilla. De repente, tenía mucho sueño, sería el cansancio o el peso de los recuerdos, pero se vio a él mismo sentado en ese mismo sofá, riendo con su madre que le decía que le tocara la barba para comprobar que era de verdad.

Hacía calor en esa estancia, donde vio que había más niños sentados en el suelo, pero no podía oír nada, sólo la voz de su madre que le decía que esta es la magia de la Navidad. “¿Ves cómo es verdad?”

La oía con su voz aniñada cómo le explicaba todo lo que habían hecho en ese viaje. Papá Noel sabía que se acercaba su cumpleaños y le había regalado un osito de peluche. Era cierto que su madre siempre hacía una fiesta genial en diciembre por su aniversario, muy cerca de las navidades. Recordaba su sonrisa, sus ojos de ilusión.

Olía dulce allí, a galletas recién horneadas por Mamá Noel. Se asomó por una de las ventanas y, en medio de esa estampa invernal, vio un reno y un trineo en la puerta de aquella casa preciosa de madera. Le pareció irreal hasta que tuvo bien cerca los cuernos y le vio rumiar tundra del suelo nevado.

Se giró y se topó con dos elfos vestidos de verde envolviendo paquetes. Se frotó los ojos. De pronto, los niños comenzaron a cantar una canción pegadiza, pero no entendía nada.

No podía creerlo, parecía todo tan cierto. Era como si la foto le hablase. Se fijó más y al fondo vio  al abuelo sonreír, como solía hacer antes. Él miraba fijamente a donde estaba sentada su madre con Papá Noel. La niña, en efecto, sujetaba un osito blanco.

“Nunca pierdas la ilusión hijo”.

-          Hijo, despierta, te quedaste dormido en el suelo. Mira cómo está todo de revuelto. ¿Qué buscabas?

-          ¡Abuelo!- dijo somnoliento. ¿Lo he soñado? Mamá me contaba un cuento sobre un viaje a Laponia y el verdadero Papá Noel, pero no creía que fuese cierto. ¿Fuisteis de verdad?

-          Pues claro, cariño, ¿no ves esas fotos? ¡Pero de eso hace tanto tiempo! ¡Tu madre tenía tanta ilusión! ¡Celebrábamos tanto la Navidad, y ahora nada tiene sentido…

Dio la vuelta a la postal, y allí, casi sin que se apreciara por la tinta ya desgastada por el paso del tiempo, venía esa palabra que se convirtió en mágica: Joulupukki.

-          Jou-lu-pu-kki…

Le dejó ahí hablando entre susurros mientras fue corriendo a la habitación donde su abuelo tenía un ordenador más viejo que la tos, pero conectado al wifi que le puso su padre hace unos años. Necesitaba buscar qué significaba esa palabra tan rara, por qué estaba apuntada en esa foto. ¿Sería una clave?

Cuando lo encontró, suspiró sonriendo. Su madre decía la verdad: Joulupukki es el nombre finés de Santa Claus o Papá NoelEntonces no era postal cualquiera, era su firma, un verdadero autógrafo.

Siguió leyendo y cada palabra le confirmaba más lo que acababa de ver: “La residencia de Joulupukki se sitúa en Korvatunturi, montaña en la Laponia de Filandia y su taller en Rovaniemi. Habitualmente lleva ropa cálida y de color rojo, utiliza un bastón y viaja en un trineo tirado por sus renos. Hasta la frase final de aquella descripción que vio por internet: “La tradición de Joulupukki, Santa Claus, Papá Noel, etc., sigue viva en la mayoría de los países y culturas del mundo pero, en la actualidad, Finlandia es uno de los pocos países donde los niños pueden de hecho verle repartiendo los regalos”.

¡Madre mía! ¡Todo era verdad! Cómo podía haber dudado, si todo le había parecido tan real…Casi podía sentir el tacto de la barba y el olor de las galletas.

Abrió un documento en blanco para comenzar su trabajo. Iba a escribir la mejor redacción que nunca hubieran leído en el colegio. No sólo iba a aprobar, iba a sacar sobresaliente. Se sintió poderoso, le invadió un espíritu navideño que le hizo desear que llegaran pronto las navidades.

Comenzó a escribir, y a borrar…Otra vez, tecleaba, se paraba, pensaba… No, así no. Eliminar. No sabía cómo expresar lo que acababa de vivir. Intentaba recordar las palabras de su madre, pero no podía. Además, ahora tenía otro problema: nadie iba a creerle. Si él mismo había dudado.

¿Cómo empezaba el cuento que le solía contar? Le daba rabia no acordarse de esas cosas. ¡Qué mala memoria!

-          ¿Entonces te ha gustado ver la foto de Joulupukki?

El abuelo había aparecido en el despacho con la felicitación de la mano y una sonrisa en la boca. Parecía otro, más jovial, alegre, incluso con menos años. Es como si se hubiera quitado un peso de encima.

¿Qué había pasado? El abuelo comenzó a hablar muy rápido y a contarle cosas de ese viaje atropelladamente; de la visita a la casa de Papá Noel, pero también de aquellos días rodeados de paisajes nevados, de una cabaña en medio del bosque, de un lago helado, de trineos tirados por perros, de que habían pescado en el hielo, de cómo habían comida una sopa caliente muy rica y habían dado de comer a los renos, que se desplazaban con raquetas por la nieve y habían dormido en un iglú….

-          Espera, abuelo. Necesito que vayas más despacio, tengo que escribirlo todo para mi trabajo de clase. Va a ser el mejor cuento de Navidad. Gracias.