sábado, 16 de diciembre de 2017

Cuento de Navidad

Hacía tiempo que no escribía pero tengo una buena razón. He estado en un cuento y no podía ni quería salir de sus páginas. Un viaje de ensueño, un cuento...de Navidad.

He visto tantas casas bonitas, de colores, con sus vigas de madera en las fachadas, que no sabía con cuál quedarme, así que me hacía fotos con todas. He visto la casa de Hansel y Gretel... ¿os acordáis de este cuento de los hermanos Grimm? Con sus ventanas de dulces y gominolas y su chocolate...¡cómo me gustaba! La verdad es que ahora lo miro con otros ojos y era terrorífico, la bruja, los niños que se perdían en el bosque, el hambre...pero creo que yo sólo me fijaba en las golosinas -mi perdición- cuando se lo oía contar a mi abuela.

He visto pueblos medievales, con suelos empedrados, con torres y campanarios, con puentes de piedra, con ríos y canales, poblados de una sola calle y otros como un laberinto circular que le añadían una página más al cuento. 

He visto la ilusión en los escaparates de las tiendas, cuidados con esmero, hasta el mínimo detalle, con ositos de peluche blancos en las ventanas, con marionetas en movimiento y con un teatrillo de la Bella y la Bestia. Gnomos y enanitos con grandes gorros rojos que te daban la bienvenida al comercio. Luces de ángeles y coronas de Adviento en cada iglesia y catedral.

He visto atracciones de feria en forma de árbol de Navidad, con niños subidos a las bolas a modo de asientos. He visto jabones en forma de cupcakes que te daban ganas de hincarles el diente, estrellas que eran lámparas, campanas que se iluminaban con velas, nacimientos hechos con cera, tallados en madera y belenes con estructura de pirámides. Y toooodos los adornos que puedas imaginar para el árbol.

Olor a canela, a castañas y chocolate en cada rincón. Y bastones de caramelo, tiendas enteras de frutas escarchadas y galletas de jengibre en cada mercadillo, hasta comprobar que el muñeco del hombre de jengibre era el protagonista.

Puentes adornados con abetos, piñas y árboles blancos con bolas rojas. Y cabras de verdad en pesebres para deleite de los niños y cisnes en los canales para ponerle el toque de glamour a la foto.

Y luces, muchas luces, que encendían la magia. Luces de colores, luces en cada rincón, luces abundantes, excesivas, un cúmulo de brillos que reflejaban la magia. Derroche de luz y color. Y estrellas y corazones en cada ventana porque si hay que buscar un símbolo para la Navidad quizás sean estos: luz, paz y amor. Comprenderéis que con todo eso en la retina y una sonrisa perenne pegada al rostro, no quisiera regresar de la fábula.