jueves, 16 de abril de 2020

Aprende

"Éramos felices y no lo sabíamos". Esta frase la he visto en varias redes sociales, siempre acompañada de bonitas imágenes de vacaciones, de risas entre amigos y de besos familiares.

Y sí, las fotos son preciosas y reflejan bienestar, pero a mí al leerlo me da pena por esa gente que no supo disfrutar de esos momentos y ahora los echa de menos. ¿De verdad estuviste el verano pasado con tu familia de viaje y no te diste cuenta de la fortuna de tener esas pequeñas cosas? ¿No apreciaste la velada que pasaste con tus amigos el fin de semana anterior al confinamiento? ¿Ha tenido que pasar esto para que te des cuenta de la delicia de un beso de tu sobrino lleno de babas, de todo el apoyo que envuelve un abrazo o de lo contenta que se pone tu abuela cuando la vas a visitar?

Dicen que la naturaleza nos ha mandado parar porque la vida va muy deprisa y no sabemos apreciar esos instantes. No debería ocurrir una desgracia para saber que el tiempo se escurre entre las manos, que la vida cambia en un momento. Como las lecciones se aprenden a golpes y esta vez el impacto es muy grande, la enseñanza también lo será.

Lo bueno de todo esto es que la situación es temporal y reversible y, salvo en la desgracia de los fallecimientos, volveremos a nuestra vida de antes...o no, espero que regresemos siendo mejores. Así que guarda eso que estás aprendiendo ahora, todo lo que añoras y de lo que te estás dando cuenta y acuérdate cuando salgamos. Queda más con esos amigos con los que estás haciendo tantas videollamadas, ofrece tu mano a quien la necesite, siente las caricias, saborea ese café en la terraza, apura el helado en la playa, ríete a carcajadas, canta a voz en grito en el concierto y reparte besos por doquier.

Así que imagina y haz planes con tu mente porque todo eso volverá. Pero cuando abras los ojos, no te olvides de valorar también lo que tienes en casa. Al fin y al cabo, estás en lo que llamamos hogar.





miércoles, 1 de abril de 2020

Silencio

Cuando salgo con el perro por la noche, hay veces que no se oye nada en la calle y me gusta esa quietud. Apenas se escuchan voces y miro a las casas, veo si tienen luz en las ventanas y me pongo a imaginar...Pienso lo pequeña que es esa luz en el edificio, en el barrio, para toda la ciudad. Me acuerdo de esa frase tantas veces repetida de que cada casa es un mundo y a saber lo que se está cociendo ahí dentro. Familias, preocupaciones, alegrías, discusiones...Y paro, porque me parece que les estás invadiendo algo muy íntimo.

Ahora, cuando saco a mi perro en el confinamiento, lo pienso mucho más. Se oye el silencio que da miedo. Veo más luces encendidas, gente que toma el aire en un minúsculo balcón, el señor que se asoma a la ventana a respirar y la señora que está hablando a gritos con la vecina. Y pienso, ¿cuántas veces habrán salido hoy? ¿Estarán huyendo del aburrimiento? ¿Se están agobiando encerrados?

A veces se vislumbra un objeto infantil e imagino cuántos hijos tendrán, cómo será su casa de tamaño para sobrellevar esto, a qué estarán jugando, si le estarán leyendo un cuento antes de acostarse, o a lo mejor ya se han dormido porque mañana es uno de esos héroes que tiene que trabajar...

Si algo hemos visto estos días es la casa de la gente, de los famosos e influencers, grandes, ordenadas, bonitas...incluso las de nuestros amigos y familiares cuando hacemos videollamadas, y me parece que entras en la intimidad de los hogares. Como yo cuando me lo imagino mirando a las ventanas. Esos cuadraditos de luz que estos días cobran protagonismo, que es el salvoconducto para mucha gente, la forma de conexión, uno pone una canción, el otro la canta al otro lado, escuchas las conversaciones banales entre vecinos, los mensajes de ánimo, las voces de los niños, el ladrido del perro y ese momento de unión a las 20 horas. Todo en las mismas ventanas que veo cuando saco al perro en el silencio de la noche.