- Mascarillas, mascarillas. Que no se me olviden las mascarillas… Y también las del niño.
Sonrió con tristeza al recordar en el principio de esta locura lo que le había costado encontrarlas de tamaño pequeño para la carita de Manuel. Y, sin embargo ahora, ¡qué normalizado tenían su uso! Los dos, porque la verdad que la adaptación a la nueva normalidad había sido buena para lo difícil que era todo.
Le parecía increíble tener que apuntar estas cosas para meter en el bolso de mano: gel, certificado Covid, resguardo de vacunación…
Pero casi todo lo ocurrido en este tiempo parecía mentira. Era verdad aquello de que la realidad supera a la ficción. Nunca hubiera imaginado las calles vacías, la falta de abrazos, el confinamiento en casa, lavarse las manos continuamente, el “telecolegio”, la saturación en el hospital, no tener visitas, el toque de queda, deshacer todos los planes…y no viajar en un año.
Miró el móvil que acababa de vibrar. Un nuevo mensaje le anunciaba los resultados negativos de su última PCR.
- Menos mal - respiró tranquila.
Ni sabía las pruebas que se había hecho ya, pero esta sin duda era especial. Era la que le daba el pistoletazo de salida para volver a volar.
Sin duda había llegado el día.
Subió al trastero, donde tenía las maletas que no había sacado en todo este tiempo. Ella, que vivía en un avión, que apenas deshacía el equipaje para lavar la ropa y hacerla de nuevo con los ojos cerrados. Muchos de esos viajes eran por trabajo, los que de repente se vieron suspendidos y sustituidos por conferencias online y pantallas. Todo el tiempo videollamadas agotadoras desde casa.
Al recordarlo, metió sus nuevas gafas también en el bolso. A partir de ahora, con el fin del estado de alarma, esperaba empezar a apuntar en su agenda los horarios de los vuelos, como hacía antes.
Pero primero tenía vacaciones. Se las había ganado.
No es que otros años no se las mereciera, pero este curso había sido agotador para todos. Y lo habían aprobado con nota. Así que necesitaban ese descanso más que nunca.
Antes de la pandemia –que sonaba a decir antes de Cristo- solían viajar bastante a su casa familiar. Su remanso de paz. Miles de recuerdos se agolpaban cuando giraba la última curva y empezaba esa carretera estrecha que daba acceso a su hogar. Hasta olía diferente. Olía a mar y a puerto pesquero.
- Las mejores vistas, dijo para sus adentros. Esas que no veía desde hacía un año por la distancia.
Imprimió los documentos necesarios para este viaje de la nueva normalidad y volvió a repasar que llevaba todo lo que pedían.
Ahora sí, empezaba el momento de preparar las maletas. Se recogió el pelo en una coleta para estar más cómoda. Recordó cómo les había crecido durante el confinamiento sin poder ir a la peluquería, ni tampoco se atrevió a cortarle las greñas a Manuel. Se rió sola al recordarlo.
Los niños ya estaban acostados, lo que era perfecto para organizarlo todo mejor por la noche. Viajar con niños es difícil y tenía que tenerlo todo bien atado. De todas formas, sabía que apenas iba a poder dormir por los nervios.
No había amanecido aun cuando cargó el coche. Colocó a los niños, todavía en pijama, en la parte de atrás, y su bolso de viaje en el asiento del copiloto para tenerlo a mano. Suspiró y agarró con fuerza el volante. El corazón le iba a mil y todavía quedaban muchas horas por delante, pero ya estaba más cerca.
Puso la radio para ir escuchando las noticias de camino. Se enteró de la evolución de los casos positivos, de las restricciones, de cómo iba la vacunación por comunidades, de las fiestas de los jóvenes que habían acabado los exámenes…
- ¿Pero cuándo acabaría todo esto?- Suspiró de nuevo. El monotema ya era lo habitual, pero le gustaba estar informada.
Aparcó donde solía hacerlo cerca del aeropuerto, y sonrió al recordar ese pequeño ritual que antes tenía tan interiorizado. Ahora casi lo había olvidado. Se sentía extraña con acciones que antes eran normales. Parecía un poco esa gente que no ha viajado nunca y coge su primer vuelo. Al fin y al cabo, era un poco así.
Cogió un carrito para el equipaje y comenzó la yincana de nuevas costumbres. Se puso su mascarilla y miró a ver si Manuel la llevaba bien ajustada. Se echaron gel nada más pasar la puerta del aeropuerto. No había tanto jaleo como era el habitual, lo cual le extrañó ya que ella pensaba que todos estarían deseando viajar tras abrirse las fronteras.
¡Cómo sonaba todo aquello! Como una película. De pronto se sorprendió pensando si debería haber escrito un diario o algo así para documentar todo aquello para sus hijos en el futuro.
- ¿Cómo se estudiaría esta época dentro de unos años?, se preguntó.
Cogió el móvil y, sin pensarlo, le hizo una foto a Manuel al lado de un dispensador de gel.
Controles, higiene de manos, aforos restringidos, desinfección de la mesa donde se tomó un café, otra vez al baño a lavarse las manos, más controles, documentación…
Una señorita iba avisando por filas para entrar al avión -cosas de la nueva normalidad- pero como ella viajaba con el bebé tenía prioridad.
- Por favor, que haga bien el viaje, pensó cerrando los ojos.
Le aterraba que le dolieran los oídos y que se pusiera a llorar. Le habían desaconsejado volar con los niños pequeños, pero ya lo había hecho con anterioridad y ahora tenía un motivo bien grande.
Manuel se durmió apenas habían despegado. Estuvo atento al principio a las indicaciones de la azafata porque decía que casi no se acordaba de las instrucciones. Quiso quitarse la mascarilla porque tenía calor, pero era obligatorio en sitios cerrados. Ni siquiera podían comer en el vuelo, así que cerró los ojos para pasar un poco mejor el tiempo.
El tiempo…todavía quedaban unas horas, pero ¿qué era eso con todo lo que habían esperado? ¡Meses!
Los ojos le pesaban por el cansancio, por los nervios, por la responsabilidad. Esta era la palabra que había reinado en su vida en los últimos meses, la que había alterado su rutina. Debían ser responsables por los demás. Nada de visitas, ni de viajes, ni de trabajo en la oficina, ni de salidas, ni de cenas…
La mascarilla le hacía vaho con las gafas. No volaba nunca con lentillas. Y además, le había subido la graduación con tantas pantallas. Las había pedido esta vez con el filtro para la luz azul esa de la que tanto hablaban ahora. ¡Qué de cosas habían aprendido!
Las imágenes se agolpaban en su cabeza… La sala blanca del hospital, el pitido de los monitores, las lagrimas de emoción, el miedo… y un rayo de luz. Su bebé inundaba todo de esperanza en ese año tan difícil. Inconscientemente le abrazó entre sueños.
¿Cómo le contaría todo esto? Su primer viaje. Apenas habían tenido vida social, por lo que le conocía muy poca gente. Ella que quería enseñarles a todos su inmensa sonrisa, esa que alegraba sus días.
Abrió los ojos. Una azafata les dio una toallita húmeda de gel y le preguntó amablemente si todo iba bien. Asintió. Miró por la ventanilla y después el reloj. Pensó que ya faltaba poco.
- Mejor que bien, - le contestó.
Cogió de nuevo el teléfono e intentó hacer un selfi de los tres. Aunque llevaban mascarillas, así eran muchas de las fotos que tenía últimamente en su galería.
Cuando bajaron del avión tenía el estómago revuelto como una montaña rusa de sentimientos. Ahora sí que estaba cerca. Suspiró en la cinta al ver sus equipajes. Empezaban con buen pie, no se los habían perdido.
Todavía les quedaba un control más, enseñar la PCR negativa y una última visita al baño para lavarse las manos.
Al llegar a las puertas donde esperan los familiares, recordó que esta vez no podían estar allí. Sin aglomeraciones. No se escuchaba el típico bullicio de los reencuentros, ni se veían abrazos mezclados con risas y lágrimas. En la nueva normalidad no había gritos de alegría y le dio un poco de pena.
De pronto se acordó de esos reportajes nostálgicos de la televisión en navidades llenos de cariño. ¡Navidad fue otro momento tan difícil! No quería ni recordarlo. Nunca había estado alejada de los suyos en esas fechas.
Unos metros más. Ya casi no quedaba nada.
Salieron a la calle y buscó en su bolso las gafas de sol. También había echado de menos este buen tiempo.
- ¡Qué largo se hace el invierno!- pensó.
Mientras iba a coger un taxi, escuchó un claxon y oyó a lo lejos ese tono de voz inconfundible.
- ¡¡¡Manuuuueeeel!!!!
El niño le soltó la mano y echó a correr, a pesar de sus gritos de advertencia. Aún con mascarilla, podía ver cómo se iluminaban sus ojos negros. Era verdad eso de que se puede sonreír con la mirada. Contempló esa tierna imagen como si fuera una película. Como si no se tratase de su hijo y de su madre. Como si fuera ajena a esas emociones que la desbordaban.
Entonces, decidió que sí debía escribir a sus hijos algo sobre todo aquello.
Apenas podía verla porque ya notaba los ojos vidriosos. No podía ir más rápido con el bebé en brazos y las maletas, pero sí sentía que su corazón se desbocaba por momentos.
- Por fin. Un año después- no sabe si lo dijo en voz alta o sólo lo pensó.
Ese abrazo que tanto había deseado. Ese momento de presentarle a su bebé. Su hijo, su nieto. Esos besos tapados por las mascarillas le sabían igual que siempre. Notaba la humedad de las lágrimas. Atrás quedaban las pantallas y las videollamadas que se colgaban una y otra vez.
Suspiró una última vez antes de respirar profundo y oler su pelo. Su piel. Casi lo había olvidado. Olía brisa marina. Hogar.
- Ahora sí estoy en casa- dijo bien alto en esta ocasión.
No era un sueño, pero era su sueño. Un final feliz para estos meses difíciles. Pensó que nada mejor que un reencuentro para terminar ese relato que debía escribir.