Érase una vez una niña que cada diciembre escribía así su carta:
"Queridos Reyes Magos, como me he portado bien me gustaría que me trajeséis un perro..."
Así unos cuantos años hasta que la pequeña Sara pensó que los Reyes no leían nunca la primera línea de su carta porque el cachorro nunca apareció. Cuando se hizo un poco más mayor, se lo pidió a sus padres, cuya respuesta siempre era la misma: "en un piso no se puede tener un perro", "la comunidad no permite perros", lo que tampoco le convencía . "Cuando tengas tu casa, tienes los perros que quieras. Te los llevo con un lazo a la boda".
No fue en la boda, pero un mes y medio después, el día de su cumpleaños, la Sara mayor, ya casada y ya en su casa, abrió la puerta y entró una perrita husky dando brincos. Jamás lo olvidaré. Mi cuñado cámara en mano para inmortalizar esa cara de sorpresa que no pude disimular. En el collar llevaba una carta que todavía conservo:
"Si me aceptas en tu vida prometo compartir contigo todos los momentos, los buenos y los malos...Se me pueden ocurrir ideas peregrinas como tomar los sofás como dormitorio ...Sólo me queda desearte feliz cumpleaños y prometerte que haré todo lo posible para que no te arrepientas de acogerme en tu casa y en tu vida. Tuya para siempre, Yuma".
Y así fue. La acogí en mi casa y en mi vida. Es nuestra casa y en nuestra vida. Para siempre. Yuma fue mi mejor regalo. Siempre lo he dicho. Aunque hoy es un buen día para confesar que aquella primera noche apenas pegué ojo, en parte porque lloró todo el tiempo, pero se mezclaba con ese peso de la responsabilidad de "madre primeriza". Nunca había tenido perro, ¿y si ahora que mi deseo de niña estaba ahí no sabía cómo cuidarle?
Jamás me arrepentí, la prueba está en Tango. 15 días después de llorar amargamente la pérdida de Yuma, otro peludito entraba en mi casa, por la misma puerta, y volví a tener la misma sensación. De nuevo habían ido por mí a rescatar otro perro abandonado -no compres, adopta- para volver a llenar la casa de vida...¡ y de pelos! Dicen que la vida es un Tango y él llegó para ponerle música a nuestra vida.
Y así la Sara adulta comprendió que es cierto eso de que no sabes lo que los quieres hasta que no tienes uno, y yo diría hasta que no pierdes uno. No olvidaré los mensajes "de pésame" que recibí. No se puede explicar porque te toman por loca, pero te devuelven con creces ese primer gesto que tú haces acogiéndoles y se transforma en un amor puro y fiel. Para siempre. "Los animales nos enseñan a ser humanos".
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