jueves, 22 de junio de 2017

Mis clases 2

Porque no todo en la vida es de color de rosa, porque hay muchos matices entre el blanco y el negro, y porque siempre hay una cara B, hasta en lo que más nos gusta, he pensado hacer una continuación del post anterior contando también lo malo. Porque en la valoración final del curso no he podido dar un 10 a mis clases de pilates por "causas ajenas".

Principalmente por una sola causa: la música excesivamente alta de la clase que se impartía al lado. Llámalo altísima, atronadora, retumbante, aturdidora, ensordecedora y todos los sinónimos que quieras hasta parecer que teníamos a Ricky Martín bailando dentro. Hasta el punto de no oír a nuestro profesor, que da la clase sin música porque explica mucho cada ejercicio, hasta que él se desconcentraba y nosotras más porque estábamos canturreando "Traicionera".

Ahí fue cuando como compañeros, el profesor se acercó a pedirle que bajara un poco la música. Como no veíamos mejoría, fue una alumna de nuestra clase la que habló con la otra monitora. Y cuál sería nuestra sorpresa cuando no sólo no bajó el volumen sino que lo subió. Entonces comenzó un pulso que nos llevó a presentar escritos colectivos de quejas al Ayuntamiento y a que tuviera que personarse el propio concejal en el pabellón a comprobar el volumen. Primera batalla ganada.

Mientras seguía el conflicto, los meses pasaban, reuniones, descontento, cada vez menos alumnos en nuestra clase porque había días que era un suplicio el dolor de cabeza, y a todo esto se añadía no entender cómo alguien podía ser tan prepotente y tan mal compañero.

El curso lo hemos acabado con la sala insonorizada y casi sin oír su música. Segundo asalto. Pero por supuesto, con varios daños colaterales que no voy a enumerar. ¿Pulso ganado entonces?. Sólo espero que entre las consecuencias futuras no esté que mis compañeros se desapunten de la clase y mucho menos que nuestro profesor no siga porque esté cansado de tanta cruzada. Eso significará que la guerra se ha perdido completamente.

viernes, 9 de junio de 2017

Mis clases

No voy a enumerar los beneficios del pilates, ni a contar cómo he mejorado la flexibilidad y la agilidad, ni a explicar cómo ahora aguanto a hacer la pirámide con los talones bien pegados al suelo, ni a hablar de equilibrio o coordinación, mejorar la postura, reducir dolores de espalda, ni siquiera a hablar de las virguerías que hacemos encima del fitball sin caernos. Sólo a contar mi grata experiencia.

Me apunté el año pasado a pilates a mitad de curso porque me lo recomendó una amiga y allí que me presenté el primer día sin saber qué era eso de conectar e intentando respirar bien a la vez que hacía mis ejercicios. Día a día, mejorando, evolucionando, con un profesor de goma que vale un millón -que te explica una y otra vez lo que hay que hacer con una paciencia infinita-, he conseguido que cuando voy de paseo con mi perro me resuenan en mi cabeza sus palabras: "espaldas rectas, hombros relajados".

Y como esto no es un post sobre deporte ni un alegato a la vida sana que ya habéis leído muchos más científicos, os voy a contar también cómo me apunté a zumba a pesar de no tener sentido del ritmo y ser la primera que se sienta cuando empieza el baile en las bodas. Pero el primer día aprendí la lección más importante: las vergüenzas se dejan en la puerta.

Y así, cuando te pierdes, te ríes, cantas la canción y olvidas los complejos, empiezas a disfrutar. Cuando ves que no eres tan torpe como creías -porque como siempre en la vida hay gente mejor, pero también peor-, aumenta tu autoestima, te diviertes, desconectas y te desestresas.

Cuando todo eso lo compartes además con un grupo muy simpático, en el que te ríes de lo mismo, comentas la operación biquini, con una profesora más maja que las pesetas que te anima un montón ("¡Vamos mis chicas!"), mueves la caderita al ritmo de Enrique Iglesias y te aprendes de memoria "el despacito", acabas socializando. Tanto que te vas de cena para celebrar el fin de curso, a saltarse la dieta a un italiano y luego a poner en práctica los bailes de clase. ¡A ver si hemos aprobado el curso!


viernes, 2 de junio de 2017

Junio

Junio suena a casi verano, a vacaciones, a fin de curso. Junio sabe bien, siempre ha sonado bien. Quizás no tanto cuando tenías exámenes, pero luego junio sonaba al final de las clases, a las notas, a la celebración, a excursiones, la noche de San Juan, a maletas, a calor, a principio de verano... Junio suena a final...y a principio.

Junio sabe a cenas de fin de clases, acampadas, graduaciones, cervezas en terraza, helados, días más largos, juegos en el parque, a bicicleta, a pueblo, a sandalias, a abandonar el despertador y los horarios... Sabe a comidas ligeras, ensaladas, zumos de frutas, ropa colorida, luz.

Desde que mi vida personal está unida al calendario deportivo, junio suena al término de los partidos, de las ligas, a bajar la adrenalina de los ascensos y descensos, del play off, a acabar agotado esperando el pitido final. Junio suena a cansancio y a descansar. 

Junio suena a aniversario, a equipaje, a vacaciones, al cumpleaños de mi sobrino, a comuniones y este año, sin ninguna duda, a conciertos. Mis cantantes favoritos se han puesto de acuerdo y tengo un junio musical. El primero hoy mismo, nunca pensé que un artista internacional como Ricky Martin tocara en Valladolid, así que allá que voy a ver el show y a él mover las caderas. Después un concierto más de David Bisbal en su nueva gira y por último, el concierto único del aniversario de Más de Alejandro Sanz. Aunque haya ido a mil actuaciones de él, ésta será sin duda especial.

Así que sí, junio suena bien.