¿Te acuerdas cuando con un solo carrete de 24 fotos tenías para todo el verano? ¿Y para todo un viaje? Sí, lo recuerdo. Y también la cara de decepción cuando al revelarlas veías que esos ojos cerrados te estropeaban la foto perfecta, o aquella persona que justo pasó y tapa media Torre Eiffel. Recuerdo también a mi padre tardar un montón en sacar el encuadre adecuado y en apartar cosas de la mesa para llevarnos las menos sorpresas posibles en el momento del revelado.
Así que estoy un poco cansada de todos esos consejos pre-vacaciones que hace la gente de que para desconectar hay que olvidarse del móvil en verano. Está bien relajarse, descansar y leer, conectar con la familia y con la naturaleza, incluso con uno mismo, pero esto no significa dejar el teléfono en un cajón hasta la vuelta porque, por lo menos en mi caso, significaría no hacer fotos de esos viajes que luego me gusta volver a mirar y sonreír. Porque no sé tú, pero yo cuando muevo arriba y abajo la pantalla de mi teléfono y me salen todas esas imágenes, esbozo una sonrisa. Ya hablé aquí del poder de los recuerdos de las fotos.
Y después hago álbumes de cada viaje que me encanta maquetar, poner bonitos y recordar. Por eso soy muy pesada haciendo fotos con el móvil porque también hago un álbum cotidiano cada año que se llama “project life” de scrapbooking -puedes buscarme en instagram-. La gente lo suele hacer a la semana con fotos que rescatas de las miles que hacemos con el móvil. Yo no soy tan estricta y no lo llevo al día, pero cuando lo hago con retraso me parece una terapia brutal de recuerdos, repasar las fotos, ordenarlas, escribir lo que pasó ese día, tanto que incluso llamo a la gente con la que compartí ese momento, concierto, cumpleaños, comida...
Así que una vez más, voy a ir contracorriente, y aunque todo el mundo dé el consejo contrario yo diría: captura los momentos del verano, esos detalles que tiene la vida diaria que en vacaciones parece que son más.
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