Aviso que este post me ha quedado un poco triste porque creo que este día los es y da comienzo a un mes que siempre he pensado que es soso, frío y melancólico. Porque aunque ahora disfracemos este día de fiesta de Halloween, mini brujas y vampiros pequeños y lo pintemos de naranja, este día es triste. Así, sin edulcorantes.
Cuando nadie celebraba Halloween y los puritanos lo tachaban de "americanada", yo iba a una fiesta terroríficamente genial, en casa de un amigo que la adornaba como un pasaje del terror, y con un unos disfraces dignos de premio. Todo el mundo nos miraba raro y nos preguntaba que por qué le celebrábamos tanto si esta fiesta no era de aquí. Ahora que todos han caído en su tela de araña, que los disfraces inundan colegios y calles, y que hay una fiesta en cada bar y casi en cada casa, yo ya no lo celebro. Triste.
El día es triste como son fríos los cementerios, el luto, las pérdidas, los llantos. Porque, aunque sabemos que mientras los recordemos siguen vivos en nuestros corazones, despertamos y no están junto a nosotros. Porque aunque se transforman en recuerdos, pasa mucho tiempo hasta que esbozamos una sonrisa al recordarlos. Porque, aunque creo que nos guían en nuestros pasos, no caminan a nuestro lado. Y eso duele, porque los necesitamos y los amamos.
Aunque noviembre también puede ser dulce como los buñuelos, como el chocolate caliente y las castañas. Como el calor de la familia y el hogar. Dulce como los recuerdos. Un día para honrarlos marcado en el calendario aunque el recuerdo luzca vivo todos los días del año.
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