Cuando salgo con el perro por la noche, hay veces que no se oye nada en la calle y me gusta esa quietud. Apenas se escuchan voces y miro a las casas, veo si tienen luz en las ventanas y me pongo a imaginar...Pienso lo pequeña que es esa luz en el edificio, en el barrio, para toda la ciudad. Me acuerdo de esa frase tantas veces repetida de que cada casa es un mundo y a saber lo que se está cociendo ahí dentro. Familias, preocupaciones, alegrías, discusiones...Y paro, porque me parece que les estás invadiendo algo muy íntimo.
Ahora, cuando saco a mi perro en el confinamiento, lo pienso mucho más. Se oye el silencio que da miedo. Veo más luces encendidas, gente que toma el aire en un minúsculo balcón, el señor que se asoma a la ventana a respirar y la señora que está hablando a gritos con la vecina. Y pienso, ¿cuántas veces habrán salido hoy? ¿Estarán huyendo del aburrimiento? ¿Se están agobiando encerrados?
A veces se vislumbra un objeto infantil e imagino cuántos hijos tendrán, cómo será su casa de tamaño para sobrellevar esto, a qué estarán jugando, si le estarán leyendo un cuento antes de acostarse, o a lo mejor ya se han dormido porque mañana es uno de esos héroes que tiene que trabajar...
Si algo hemos visto estos días es la casa de la gente, de los famosos e influencers, grandes, ordenadas, bonitas...incluso las de nuestros amigos y familiares cuando hacemos videollamadas, y me parece que entras en la intimidad de los hogares. Como yo cuando me lo imagino mirando a las ventanas. Esos cuadraditos de luz que estos días cobran protagonismo, que es el salvoconducto para mucha gente, la forma de conexión, uno pone una canción, el otro la canta al otro lado, escuchas las conversaciones banales entre vecinos, los mensajes de ánimo, las voces de los niños, el ladrido del perro y ese momento de unión a las 20 horas. Todo en las mismas ventanas que veo cuando saco al perro en el silencio de la noche.
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