Aunque en realidad esto serán dos post seguidos de turismo y viajes, no quisiera que porque escribí de Viena la semana pasada, parezca que el resto de mis viajes invernales no me han gustado. No quisiera caer en el error que me han hecho a mí de desmerecer Budapest.
Éste ha sido mi viaje de diciembre este año y he de confesar que Budapest es la bella desconocida -como se llama aquí también a la Catedral de Palencia-. Quizás porque mucha gente realiza conjuntamente el paquete Praga-Viena-Budapest puede parecer que ésta última sale perdiendo. El caso es que no sabía muy bien qué iba a ver. Bien, mi conclusión es que ha sido una grata sorpresa.
Es cierto que resulta menos navideña que el esplendor de Viena, con menos mercadillos y menos luces, pero también con su encanto. Me ha parecido más grande de lo que me esperaba y como digo, más hermosa. Sobre todo, y sin ningunda duda, de noche. Realmente me he enamorado de Budapest de noche. El Parlamento, que me ha parecido maravilloso de día, de noche, con niebla, desde el barco o desde el bus turístico, pero iluminado alcanza su máximo esplendor. Igualmente, el castillo de Buda, el balneario Géllert, el puente de las Cadenas y el resto de puentes sobre el Danubio con esas magníficas luces.
El Danubio le imprime un encanto especial. Por eso no dejaría escapar la oportunidad de realizar el típico paseo en barco tan turístico, que te permite ver todos los edificios perfectamente iluminados. Obviaremos el tema frío porque merece la pena.
La Plaza de los Héroes, el Mercado Central, la Ópera, la sinagoga judía, los balnearios o el Bastión de los Pescadores son paradas obligatorias. Este me gustó especialmente, es un mirador en la colina de Buda, desde donde puedes contemplar todo Pest. Puedes aprovechar para visitar también el castillo y la iglesia de Matías, impresionantemente hermosa. El castillo Vajdahunyad, una copia del de Transilvania, en un día de niebla y frío como le vimos nosotros, le da un aire fantamagórico muy apropiado. Y delante, una de las más grandes pistas de patinaje sobre hielo del mundo.
La Catedral de San Esteban me gustó más por fuera, curiosamente. Y más en esta época navideña, con un gran árbol delante, una enorme corona de Adviento, una pequeña pista de patinaje y uno de los mercadillos más grandes de la ciudad junto al de la plaza Vörösmarty. Un montón de puestos de artesanía y de comida húngara -buenísimos los lángos- y bebida para entrar en calor. Y un espectáculo de luces -uno distinto cada media hora- proyectado sobre la fachada de la basílica que merecía la pena ver.
Así que acabamos con luces como empezamos, quizás porque es una de las cosas que más me gusta de esta época.
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