Presenté este relato corto a un concurso y lo dejo aquí esta semana que se celebra el orgullo LGBT, que pretende mostrar la diversidad, como yo en este pequeño cuento, aunque por desgracia no siempre en la vida real tienen final feliz.
“Viajar te permite huir de la rutina diaria, del miedo al futuro”.
Esa fue la respuesta que le dio Jimena cuando le dijo que le parecía que estaba huyendo, y que cuando volviera, porque tendría que volver, el problema seguiría esperando.
Se le quedó clavada aquella frase y ahora, a escasas horas de volver a verla, resonaba en su cabeza más nítida que nunca. Porque en realidad, no sabía cuál era el problema que dejaba en el pueblo, ni cuál era su miedo ni por qué huía. Sólo veía a su hija en la puerta, con aquella maletita, despidiéndose, mientras ella, recién enviudada, se quedaba sola.
* * *
Se encontraba esperando en la cola del baño de un avión. Abrió la puerta con símbolo verde pero dentro una mujer cerró rápidamente. ¡Pobre, qué vergüenza! Pensó en por qué no habría echado el pestillo y se apartó despacio para esperar fuera. A lo mejor le había dado miedo cerrar aquel habitáculo tan pequeño o tenía claustrofobia o ni siquiera sabía cómo cerrar. ¡Era todo tan nuevo en los aviones!
Quizás viajaba sola por primera vez, como ella. Quizás estaba muerta de miedo y disimulaba. Como ella. Seguro que era eso. Sacó su empatía característica a relucir y sonrió por inercia mirando a la puerta. Sus ojos vieron lo largo que era el pasillo del avión, pensó en la explosión de emociones que allí se escondían. Como las luces encendidas de las casas por las noches. La de secretos que guardarían en su interior.
En el avión ocurre lo mismo, no puedes saber las circunstancias personales de cada viaje. Solos, en pareja, familiares, jóvenes o mayores, por trabajo, quizás viajan a dar una sorpresa, a cumplir un sueño, a la aventura, por amor, a conocer a alguien, a un funeral, a una boda, por placer, pueden ser viajes de novios, de aniversarios, viajes soñados desde hace tiempo o improvisados, preparados concienzudamente, reservados por una agencia…Había tantas opciones como personas sentadas allí. Imposible adivinar.
Pero le encantaba ese juego. Siempre fue su juego preferido con Jacinto, aunque nunca habían hecho un viaje en avión. Pero les gustaba imaginar esas historias con las personas que estaban en un parque o en un bar…era como imaginar las vidas de los demás por sus gestos y miradas.
Pensó que nadie imaginaría tampoco el objeto de su viaje. Ni ella misma lo sabría definir. No era un viaje planificado, casi lo había decidido a última hora, era un viaje familiar eso sí, pero no sabía si era una sorpresa.
* * *
Mientras esperaba en la cola del baño, se fijo en los últimos asientos. Una pareja miraba una película en el móvil. ¿Pero no le había dicho que no se podía utilizar el teléfono? De hecho, pensó sonriendo que era la primera vez que ella había utilizado el “modo avión” con propiedad. Pero ahora al ver a esos jóvenes, no entendía nada. Al fin y al cabo era la primera vez que volaba, pero como decía aquel anuncio de la tele: cómo iba a perderse el nacimiento de su nieto. O nieta. Ella creía que sería una niña.
Se dio cuenta de la incertidumbre de ese viaje. No conocía a la pareja de su hija, hijastra en realidad, pero no le gustaba nada esa palabra. Se lo dijo a Jimena el mismo día que la conoció, que ella no quería ser la mala del cuento. Pero ahora hacía algún tiempo que habían perdido el contacto, así que cuando abrió aquel correo -que casi pasa desapercibido en su bandeja de no deseados-, no entendía muy bien qué estaba leyendo. Alcanzó a comprender lo importante: algo no iba bien en ese embarazo. Y a ella, si le pedían ayuda, tendía su mano sin pensar en los meses que llevaban sin hablar.
Era una locura, ni siquiera sabía que Jimena estaba embarazada. Pero ese tal Alex parecía majo y educado, se había tomado la molestia de escribirla y para ella fue la señal que esperaba. La reconciliación.
* * *
Ahora recuerda que estaba en medio de una depresión, cuando Jimena se marchó casi sin despedirse. Pensó que se iba de viaje huyendo tras haber enterrado a su padre y que volvería en unos meses cuando se le pasara la tristeza extrema que les invadía a ambas. Pero no, resultó que después de viajar a varios sitios, con distintos pequeños trabajos precarios, encontró el amor y un buen empleo, y se quedó. Parecía como en las películas que tanto les gustaban ver juntas cuando era pequeña. Y no había vuelto.
Su pareja le escribió intentándole poner un poco al día de su vida actual, pero sobre todo del embarazo y sus dificultades. Ya habían estado ingresados en el hospital a pesar de que todavía faltaba para la fecha de parto. Y ahora, volvían a casa a hacer reposo. Su primer medio nieto.
Se fijó en la ropa de la pareja de la última fila, se les veía cómodos, en deportivas, pantalón de chándal, jersey calentito, la chica llevaba un fular en el cuello...Pensó en si luego tendría frío en el avión. Seguro que ellos no habían tenido que quitarse el cinturón y las botas como le pasó a ella en el control de seguridad. En eso se notaba que ella era virgen en los vuelos. Alguien tendría que haberle explicado todas estas cosas, pero ¿quién?
En el pueblo casi nadie había viajado, sus dos amigas no habían salido nunca de allí y además, hacía meses que no hablaba con su hija. Nunca le preguntó qué le llevó a marcharse del pueblo, no quería que pareciese que se lo reprochaba, no tenía ningún derecho a retenerla, pero la dejó tan sola…
Por fin la puerta del baño se abrió.
* * *
- Mamá, tú tienes unos ojos azules muy bonitos.
- Tus ojos tan oscuros también son muy bonitos.
- Ya, bueno, pero a mí me gustan más de color claro. ¿Por qué yo no he heredado los tuyos?
- Porque tú has heredado los de tu papá, que son un color casi negro. Y porque tu verdadera mamá también tenía los ojos marrones. Entonces, juntos, salieron tus ojos de ese color tan chulo.
Recordaba esa conversación mientras se miraba en el pequeño espejo del minúsculo baño del avión. Últimamente esos ojos azules se le empañaban continuamente. Cosas de mayores. Nunca le habían ocultado que había tenido otra mamá antes, aunque había muchas conversaciones como esa que demostraban que la pequeña no llegaba a entender todo bien.
Por fin volvió a su asiento, pidió disculpas a su compañera e intentó mirar por la ventana, pero estaba todo tan oscuro que ya no se apreciaba el paisaje. ¿Por dónde irían? ¿Qué estarían sobrevolando ahora?
La chica de al lado movía los labios como tatareando una canción que oía por los cascos. A la vez acompañaba el ritmo con el pie. Parecía contenta. ¿A quién iría a ver? Ella no se había acordado ni de música ni de libros, tan deprisa que decidió meter cuatro cosas en la maleta e ir a ayudar a su hija. Tampoco hubiera podido concentrarse mucho, la verdad. Estaba nerviosa, ¿y si no había sido buena idea? ¿pero cómo no iba a serlo viajar al lado de su hija y cuidarla? ¿Cómo iba a perderse el nacimiento del nieto de Jacinto? O nieta…
Estaba tan cansada que los ojos se le cerraban. Apoyó la cabeza en la ventanilla, y echó de menos el fular que tenía aquella joven. Se acurrucó con su jersey y se durmió.
* * *
- Hola Jimena. Me han dicho que te gusta mucho ir a los columpios, así que vamos a pasar la tarde allí.
Así conoció a la que más tarde se convirtió en su hija. Estaba tan nerviosa aquel día. Jacinto trataba de tranquilizarla, pero ella le había comprado hasta una muñeca que le había dicho era una de sus preferidas. A Jimena le encantó…la muñeca primero y después la nueva mujer de su padre.
Lo que Jimena nunca supo es que a ella le cautivó desde el primer momento, con aquellos ojos oscuros tan curiosos, con sus preguntas indiscretas, con esos pelos rebeldes que le salían siempre de la coleta, pero sobre todo con su sonrisa. Aquella risa sincera que la tranquilizó la primera vez que la oyó.
Jimena era todo alegría, riéndose desde los columpios, jugando con la muñeca, merendando aquella tarde de verano. El reflejo del sol le hacía parecer más rubia de lo que ya era. Nada podía ir mal.
Muchas veces bromeaban juntas con recuerdos de aquellos primeros días. Era curioso cómo se acordaba de esa muñeca que compró a última hora por no llegar con las manos vacías y que luego se convirtió en su favorita. Cuando fue más mayor, solía decir que llamaría a su hija Jasmine como aquella princesa. “Me gusta ese nombre y empieza con la letra J, como el mío y como el de papá”.
* * *
Se despertó, había oído algo por los altavoces pero no había entendido bien. ¿Y si habían dicho algo importante y no se había enterado? Miró a la joven de al lado que dormía plácidamente. Pasó una azafata por el pasillo ofreciendo bebida y pidió un vaso de agua. Tenía la boca seca.
Le pasaba mucho cuando estaba nerviosa o triste. Recordó que sólo quería beber agua en el funeral de Jacinto. Pensarían que estaba loca. Pero ella sólo agarraba fuertemente la mano de Jimena y en la otra, sostenía un vaso con su pulso débil. ¡Se quedaban tan solas!
Esperaba que ese tal Alex la sostuviese ahora, que estuviera a su lado. Seguro que sí, parecía buen chico en el mail, pero ella no podía dejar de pensar que no le conocía de nada. ¿Cómo había podido estar tan aislada como para no saber nada de su vida en los últimos meses? Eso se iba a solucionar nada más pisar tierra. Tenían mucho de qué hablar, quería saberlo todo de ellos, su trabajo, su vida allí… ¡Qué largo se le estaba haciendo ese viaje!
Había escrito un mensaje a Alex antes de embarcar con la hora de llegada y el número de vuelo. Le suplicó que le fuera a buscar porque se veía incapaz de salir del aeropuerto. Él prometió que estaría en la puerta, que llevaría un abrigo negro y bufanda roja. Ella se rio al leer la descripción, como si fuera una cita a ciegas. ¡A su edad!
Aunque un poco así era. No le preguntó si le había hablado a Jimena de su mail y de su visita. Otra vez las dudas. ¡Tenía tantas ganas de llegar!
* * *
Vio cómo el chico del otro lado del pasillo manejaba la pantalla del asiento de delante con rapidez, pasaba un montón de títulos, escogía rápido y se ponía a ver una película. Anda, ¿podía ver una película? Eso estaría bien, le ayudaría a distraerse un rato. Venció su timidez y le preguntó si podía explicarle cómo hacerlo. Muy atento, el joven le enseñó el catálogo de audiovisuales, series, canciones y la dejó eligiendo con calma.
Los recuerdos se le agolpaban en la mente según pasaba las que ya había visto. Algunas hacía mucho tiempo, muchas las había visto con Jacinto que era muy cinéfilo y su mejor plan juntos era ir al cine. Otras, ya en casa, con Jimena: de dibujos, de princesas y muchas románticas que veían juntas los domingos por la tarde. Sofá y manta era su mejor plan. Jacinto se reía mucho de esas películas de sobremesa pero a ellas les encantaba adivinar el final, bien descubrían pronto al asesino o la pareja que se casaría.
¿Se casaría con Alex? Le dio por pensar si lo habría hecho ya y ella no había acudido. ¡Qué angustia! Esperaba que no. No, seguro que no. Alex le habría invitado como ahora le había escrito el mail. Quería pensar que Jimena hubiera querido tenerla al lado un día tan importante.
Encontró varias películas de viajes en avión, pero no se atrevió a verlas, no fuera a coger más miedo del que ya tenía. Al final eligió al azar porque presentía que la cabeza le iba a explotar entre los recuerdos.
* * *
Se sobresaltó otra vez con las palabras del piloto por megafonía. Parecía que ya estaban descendiendo y pronto llegarían. ¡Por fin! Su estómago saltaba de los nervios. Siempre había sido muy inquieta, en eso se parecía a Jimena, aunque no fuese su hija. Era un torbellino de ideas, no paraba quieta. La niña no había heredado la tranquilidad de Jacinto.
¡Ay, Jacinto! ¿Qué pensaría ahora? ¿Le reprocharía haber estado tanto sin hablarse? Pero seguro que le sonreía al ver el esfuerzo que había hecho con ese viaje. Tendría que haber volado con él la primera vez. Se le escapó una lagrimilla al pensar que iba a conocer a su nieto. O su nieta.
Ya estaban todos recogiendo las maletas y los abrigos. No había escuchado bien la temperatura que dijo el piloto. El joven de las películas le ayudó a bajar su equipaje. ¡Qué amable! Bromearon con la estrechez del pasillo.
De pronto, todos los móviles comenzaron a pitar al encenderse. Ella hizo lo mismo por imitación y encontró un mensaje de Alex que le tranquilizó. Ya estaba esperándole. Suspiró.
Se pegó a aquel chico para ir detrás de él y buscar la salida porque no entendía lo que ponía en los carteles.
* * *
Salió despistada, mirando a todas partes. Mucha gente a la vez, maletas por doquier, barullo de voces y reencuentros. Era como el juego inventado de Jacinto pero de verdad.
¿Cómo iba a encontrar allí a Alex? Tenía que haberle pedido más pistas.
De pronto, una mano en alto se agitaba enérgicamente y escuchó su nombre a gritos. Se giró y allí estaba, con abrigo negro y bufanda roja. Una preciosa mujer de piel morena, con una larga melena ondulada negra y unos labios color carmín que le llamaban sin censar.
Alex…
Dejó de oír la algarabía del aeropuerto, sintió una presión en la cabeza, el latido le iba a mil por hora. Se paralizó, incapaz de avanzar hacia ella. No por el descubrimiento, sino porque de pronto, entendió todo con claridad. El motivo de Jimena para irse sin dar casi explicaciones, salir tan rápido de aquel pueblo pequeño y tradicional, las evasivas a sus preguntas cuando hablaban al principio de sus viajes, incluso el hecho de haber perdido el contacto. Todo estaba ahí explicado en esa joven morena tan guapa que había venido a buscarla.
* * *
- Me alegro tanto de conocerla. ¡Qué bien que Jimena tiene un montón de fotos suyas en casa! Así he podido reconocerla según la he visto. ¿Qué tal el viaje? ¿Está muy cansada? Deme la maleta que ya se la llevo yo. No, se preocupe que tengo el coche ahí mismo y no tardamos nada. Bueno, que hablo mucho y no me he presentado: soy Alexandra, aunque llámeme Alex, claro.
-En…cantada, balbuceó.
- ¡Qué bien que haya podido venir tan pronto! Así Jimena estará acompañada estos meses que faltan. Se le van a hacer duros con tanto reposo. Así tendremos tiempo de ponernos todos al día y charlar y recordar. ¡Quiero saber tantas cosas de ella de pequeña!
- ¿Qué tal está?
- Bien, está mejor. Después del susto y unos días en el hospital, ahora vida tranquila en casa...
Alex siguió hablando pero no alcanzaba nada más que a oír frases sueltas. La cabeza le daba vueltas, le pitaban los oídos. Y tenía un inmenso deseo de abrazar a Jimena. Parecía que al principio se había sorprendido cuando Alex le explicó cómo le había escrito para que fuera a cuidarla. ¿Se habría enfadado? Sólo quería cuidarla, como cuando era pequeña, estar a su lado.
… pero ya sabe cómo es Jimena, alegre y risueña, se le pasó enseguida y ahora ya contaba los días para su llegada…
Esa mujer hablaba mucho y rápido, y tenía un acento marcado, aunque no sabía de dónde. Pero le caía bien. Era muy guapa, con aquellos ojos oscuros almendrados. Entendió por qué Jimena se habría enamorado de ella.
Se acordó de aquella chica mulata que vivió un tiempo en el pueblo y las habladurías de las vecinas mayores. ¡Qué curiosa es la memoria que trae los recuerdos al momento exacto!
Alex seguía hablando mientras salían de ese aeropuerto que le pareció inmenso y caminaban hacia el coche. Ella iba un poco más despacio detrás de ella y había desconectado un poco de lo que le iba diciendo. Aún así, hizo alarde de su curiosidad y se fijaba en todos los detalles: cómo movía la melena morena Álex, el ruido de las ruedas al arrastrar su equipaje, el frío le daba en la cara…
…bebé…niña…tripa…
-¿Perdona? No entendí bien qué decías.
Lo había oído como a lo lejos. ¿Qué acababa de decir Álex?
- Nada, decía, que Jimena suele hablarle al bebé, le pone música, le canta, dice que se mueve mucho. Ella está convencida de que será niña y le llama siempre mi princesa, mientras se acaricia la tripa. Ah, y está segura de que le da patadas cuando le susurra el nombre de Jasmine porque la niña está de acuerdo. ¿Le gusta?
Pero no le dio tiempo a contestar. Ya habían llegado.